¿Si una normativa en el poco tiempo de ejecución que lleva empieza a generar resultados interesantes, por qué cambiarla, por qué no simplemente mejorarla, si fuera necesario?
Por JULIO LEONARDO VALEIRÓN UREÑA
En la entrega anterior terminé tomando como referencia un breve párrafo de la extraordinaria novela de ciencia ficción Ensayo sobre la ceguera de José Saramago y en la cual su autor nos coloca ante un interesante tema que es mucho más que la ceguera física por alguna enfermedad o condición psicológica. Es un breve diálogo que transcurre entre varios de sus personajes:
“Por qué nos hemos quedado ciegos. No lo sé, quizá un día lleguemos a saber la razón. Quieres que te diga lo que estoy pensando. Dime. Creo que no nos quedamos ciegos, creo que estamos ciegos, ciegos que ven, ciegos que, viendo, no ven”.
Es decir, podemos ver y hacernos que no viéramos, como incluso no ver, y afirmar haber visto. Querer ver o no querer haber visto son circunstancias que se mueven en el mundo de la intimidad, en el mundo subjetivo personal y/o colectivo.
Puedo pretender haber visto o todo lo contrario guiado por mis propios intereses. Es decir, vemos lo que no es real o nos negamos a ver lo que sí lo es, condicionado por nuestros intereses o los intereses del grupo de referencia al cual pertenecemos. B.F. Skinner diría: “cada persona está en contacto especial con una pequeña parte del universo que está encerrada dentro de su propia piel”[1], para referirse por supuesto, a ese mundo subjetivo. En ese mismo artículo señala que “nosotros aprendemos a ver lo que estamos viendo, solo porque la comunidad verbal arregla las contingencias para que esto suceda así”. Y es que para Skinner “un organismo aprende a reaccionar discriminadamente al mundo que lo rodea bajo ciertas contingencias de reforzamiento”; argumentando, además: “Por lo general, adquirimos la conducta cuando estamos bajo la estimulación visual propia. Pero de aquí no se sigue que la cosa vista deba estar presente cuando vemos que la estamos viendo. Las contingencias manejadas por el ambiente verbal pueden establecer respuestas autodescriptivas que describan la conducta de ver, aun cuando la cosa vista no esté presente”. Es decir, podemos ver o no ver en función de intereses particulares y sobre todo de aquellos que le son propios al grupo de referencia en que nos situamos.
Y como para complicarnos un poco el asunto, el autor referido plantea que “la persona está singularmente sujeta a ciertas clases de estimulación propioceptiva e interoceptiva”. De ahí que: “Aunque dos personas pueden, en cierto sentido, ver la misma luz u oír el mismo sonido, no pueden sentir la misma distención del conducto bilial ni el mismo dolor en un músculo magullado”; colocándonos de esta manera el mundo de las emociones. Esto explica expresiones como “mariposas en el estómago” o “un nudo en la garganta”, cuando la “realidad percibida” nos impacta emocionalmente.
No estamos ante un simple juego de palabras.
Cuando estamos predispuesto de manera negativa ante las cosas, y sobre todo cuando se trata de cuestiones políticas, una especie de ceguera selectiva e interesada nos puede condicionar a no ver lo que es real o al revés, ver lo que no es real, y quizás incluso, lo que no existe.
Todo esto es para llegar a la razón principal de este breve ensayo de opinión a manera de preguntas:
¿Cuándo los intereses de la nación y del país estarán por encima de los intereses particulares y corporativos del grupo o partido que detenta el poder circunstancial?
¿En qué momento el liderazgo político que dice estar comprometido con el bienestar colectivo de todos los dominicanos se reunirá, pondrá en común aquellos intereses realmente cercanos a los intereses de la nación y del país, y se comprometerán a impulsarlos sea quien esté detentando el poder ejecutivo, vale decir, el gobierno?
¿Será posible algún día que las políticas públicas de la educación se respetarán y mantendrán vigentes mientras estén cumpliendo con los propósitos para las que fueron definidas?
¿Si una normativa en el poco tiempo de ejecución que lleva empieza a generar resultados interesantes, por qué cambiarla, por qué no simplemente mejorarla, si fuera necesario?
¿Cuándo nos daremos cuenta de que los procesos toman tiempo y que deben dejarse desarrollar para alcanzar los propósitos para los cuales se formularon, evaluándolos por supuesto, pero para fines de hacerlos mejores y más efectivos?
¿Tendremos que esperar una, dos, tres o cuatro generaciones nuevas para que esto pueda ser comprendido?
Quizás son muchas las cuestiones y el examen se esté haciendo demasiado complicado, entonces a manera de resumen…
¿Faltará mucho tiempo para los intereses de todos los y las dominicanas sean lo que primen en la vida nacional?
¿Vendrá el momento en que la cultura política esté centrada en el bien común de todos y todas las dominicanas y no en el clientelismo, el patrimonialismo, el oportunismo y el nepotismo?
[1] Skinner, B.F. El conductismo a los cincuenta