Por Albin Cepeda
CRDmedia

Cuando un amigo se va, como cantaba el gran cantautor Alberto Cortez, queda un espacio vacío, un hueco imposible de llenar. Pero cuando ese amigo es también un padre, un confidente, y un socio, ese vacío se multiplica, convirtiéndose en un abismo emocional. Este artículo es un reflejo de ese dolor y de la pérdida de un ser querido que, además de ser mi padre, se convirtió en mi mejor amigo que, a pesar de yo tener 42 años, no me había separado jamás de su lado.
La muerte de un padre es un golpe que nos sacude hasta lo más profundo de nuestro ser. Es una realidad que todos sabemos que llegará, pero que nunca estamos preparados para enfrentar. Lo cierto es que la vida continúa, pero no sin antes dejarnos marcados por la ausencia que deja esa figura paterna que tanto nos enseñó.
Para quien les habla mi padre no solo era el hombre que me enseñó a caminar, leer, montar bicicleta y a enfrentar la vida con valentía. Él era también mi compañero de aventuras, mi socio en los negocios y ese confidente que siempre estaba dispuesto a escucharme y aconsejar en los momentos más difíciles. Juntos compartimos una conexión especial, la que solo existe entre un padre y un hijo que se convirtieron en amigos inseparables.
La vida nos había regalado la oportunidad de unir nuestras fuerzas y sueños en proyectos comunes compartiendo no solo lazos familiares sino también profesionales. Juntos construimos un negocio que nos unió aún más, enfrentando los desafíos y celebrando los logros como un equipo.
Ahora, con la partida de mi padre, siento como si el mundo entero se hubiera desmoronado en un instante. La ausencia de esa voz sabia y reconfortante es una herida que no parece sanar, y cada día que pasa es un recordatorio de lo mucho que significaba mi padre en mi vida.
Es normal sentirse perdido y desorientado en momentos como estos. Pero lo cierto es que, aunque un padre nunca puede ser reemplazado, su legado y su amor siempre permanecerán en el corazón de sus hijos. Tal como lo expresaba con tanta emotividad Alberto Cortez en su canción, cuando un amigo se va, deja un espacio vacío que no se llena con la llegada de otro amigo.
A pesar de mi dolor, debo recordar que mi padre no solo me enseñó a enfrentar la vida, sino también a ser resiliente, a encontrar la fuerza para seguir adelante, honraré su memoria con cada paso que dé. Cuando un amigo se va, nos queda la tarea de mantener viva su esencia, su ejemplo y su amor. Y aunque nunca podamos llenar ese vacío por completo, podemos buscar consuelo en los recuerdos y en el legado que nos dejó ese ser querido que siempre llevará en el corazón.