Por Elvis Valoy
Un funcionario debe administrar silencios y palabras a partes iguales. Lo anterior le cae como anillo al dedo al ministro de Relaciones Exteriores, Roberto Álvarez, quien en cada aparición pública, contradice realidades, oculta acontecimientos y tergiversa hechos históricos.
Álvarez cree que “el papel aguanta todo”, y no se ruboriza en ofrecer las más absurdas respuestas en sus anárquicas comparecencias. Uno de sus antológicos dislates lo produjo a raíz de la llegada al país de la subsecretaria estadounidense Wendy Sherman, diciendo que: “Para mí, su visita tenía un propósito principal que era el video desde la Zona Colonial”.
Sherman fue la diseñadora de la política de su país hacia China. Además, es una representante del Estado profundo norteamericano, con una dilatada carrera en las más altas instancias gubernamentales, y no es cierto que viniera al país en calidad de “guía turística”.
El canciller contradice y tergiversa hechos históricos
Sobre los despidos en el MIREX, cabe aquí el adagio que acertadamente sentencia que: ”Todos los obstinados son necios y todos los necios son obstinados”, pues la insistencia de Álvarez raya en la majadería cuando afirma que canceló a miles de servidores y servidoras públicos por ser “botellas”.
Lo cierto es que la gran mayoría de los diplomáticos desvinculados han trabajado más que el ministro, quien llegó a la cancillería por sus “amarres” personales. Álvarez tuvo buenas “conexiones” para ascender a esos puestos, y no es un secreto que gracias a sus “amistades” de Café Atlantic logró treparse.
Como embajador, intentó imponerle una agenda antidominicana al canciller de entonces que la rechazó de plano, viéndose compelido a renunciar.
Regularmente, a Álvarez parece traicionarle el subconsciente, como pasó en una entrevista donde se refirió a los hospitales que el BID busca construir en la frontera, zafándosele decir “en Dajabón”, para luego “rectificar” y señalar a Juana Méndez.