Por Dr. Leonel Fernández
OBSERVATORIO GLOBAL
Ciudadanía RD Media
En su discurso de despedida a la nación, el presidente Joe Biden advirtió a los Estados Unidos de los peligros que representaría una concentración de poder en manos de unos pocos ultrarricos, y de las consecuencias nefastas que resultarían de un abuso de poder sin límites.
Lo dijo así: “Hoy, una oligarquía de extrema riqueza está tomando cuerpo en Estados Unidos, con un poder e influencia que literalmente amenazan nuestra democracia, nuestros derechos fundamentales y libertades y la oportunidad justa para que cada quien pueda avanzar. Vemos sus consecuencias a lo largo de todos los Estados Unidos.”
Recordó que hacía más de un siglo, el pueblo norteamericano se había enfrentado a los llamados robber barons, empresarios de la industria y de las finanzas, entre los cuales se encontraban John D. Rockefeller, J. P. Morgan, Andrew Carnegie, Andrew Mellon y Cornelius Vanderbilt.
Ese enfrentamiento logró la eliminación del trust o monopolio en el mundo empresarial norteamericano, así como la aplicación de normas justas y equitativas, lo cual permitió la expansión de la clase media estadounidense.
Luego, hizo referencia también al discurso de despedida del presidente Dwight D. Eisenhower, en 1961, en el cual alertaba sobre los efectos perniciosos de lo que denominó complejo militar industrial.
En virtud de ese mecanismo, las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos entraban en una especie de outsourcing o tercerización de la producción de armamentos, al suscribir contratos con sectores de la industria, de la comunidad científica, de las universidades y centros de investigación, en todo lo concerniente a la producción armamentista.
Fue esa concepción sobre el complejo militar industrial en los Estados Unidos, la que sirvió de base para que entre nosotros el profesor Juan Bosch escribiera su conocido libro, El Pentagonismo, Sustituto del Imperialismo; y se publicaran, además, textos tan importantes como Pentagon Capitalism (Capitalismo del Pentágono) y The Permanent War Economy (La Economía de la Guerra Permanente), de Seymour Melman, profesor de la Universidad de Columbia; y Roots of War (Guerra Perpetua), de Richard J. Barnet, del Institute for Policy Studies.
Del anti-establishment a la nueva oligarquía
Parece una contradicción que una figura como Donald Trump, perteneciente a los sectores adinerados de su país, aparezca en el escenario político como abanderado de la lucha contra el establishment o grupos de poder de los Estados Unidos.
Lo que ocurre, empero, es que dentro de los sectores económicamente dominantes de los Estados Unidos predominan concepciones distintas acerca de cómo debe funcionar la gran potencia del Norte.
Luego de casi cuatro décadas de predominio de una versión liberal referida al New Deal de Franklin Delano Roosevelt, que implicó una mayor intervención del Estado en la conducción de la vida nacional, desde los años 70 del siglo pasado, empezó a gestarse un nuevo paradigma, más inclinado al mercado como principal motor del crecimiento de la economía.
Se trataba del neoliberalismo, que produjo una desregulación del sistema financiero, una liberalización de los flujos monetarios, una apertura de los mercados para fines de intercambio comercial y la transición de un sistema industrializado hacia una economía de servicios.
Con la deslocalización industrial, que afectó la industria automotriz, la siderúrgica, la de textiles y farmacéutica, la clase obrera blanca norteamericana se vio lanzada al abismo, en medio del desconcierto y la incertidumbre.
Desde principios de los años 90, distintos dirigentes, demócratas y republicanos, criticaban la suscripción de acuerdos de libre de comercio por parte de Estados Unidos y la salida de sus industrias al exterior. Igualmente, aspectos como la migración ilegal, el aborto y el matrimonio gay.
Fue en esas circunstancias que apareció Donald Trump, quien luego de varios intentos de presentarse como candidato presidencial, finalmente lo hizo en el 2016, acusando a los líderes conservadores de su partido y a los liberales demócratas de ser los responsables de la decadencia de los Estados Unidos.
Así nació el movimiento MAGA (Make America Great Again); y solo así se explica la incongruencia que un alto miembro de las clases adineradas de la sociedad norteamericana emergiera liderando una lucha contra el establishment o las élites de su país.
El peligro de la silicolonización
El surgimiento de una sociedad postindustrial, como le llamó Daniel Bell, o de una de cuarta revolución industrial, para decirlo en el lenguaje del Foro de Davos, ha dado origen a un nuevo sector social, al que el presidente Biden califica de “peligroso, por la concentración de tecnología, poder y riqueza”.
Solo tres nombres de ese sector, Elon Musk, Jeff Bezos y Mark Zuckerberg, acumulan una fortuna por encima de un trillón de dólares, lo que, en términos comparativos los convertiría en la tercera economía de América Latina, luego de Brasil y México.
Lo que ha acontecido con la industria de alta tecnología que, en principio provoca la fascinación del mundo, queriéndose imitar el modelo californiano de desarrollo del Silicon Valley, es que ha incrementado la desigualdad social a niveles alarmantes.
Actualmente, en los Estados Unidos, el 1% de la población más rica, que representa tres millones de personas, acumula niveles ascendentes al 35% de la riqueza del país, mientras que el 50% más pobre, equivalente a 150 millones de personas, solo dispone del 1.5% de dicha riqueza.
Ese sector de la alta tecnología es también altamente poderoso porque, debido a su dominio en la transmisión de la información en formato digital, se ha aprovechado de la explosión en la comunicación global.
Al no haber regulación, ni filtros, con respecto a lo que se transmite a través de sus redes sociales, ha surgido una nueva modalidad de desinformación, de fake news, de realidad alternativa y de posverdad.
Ahora, al trasladarse ese poder informativo al ámbito político, como recientemente lo han hecho los dueños de X, Meta, Apple y Google, no solo a favor de Donald Trump, sino de la derecha radical europea y de otros países, la democracia es puesta en peligro a nivel global.
¿Significa todo eso que estaremos a expensas de una silicolonización del mundo, bajo el mandato de una nueva oligarquía digital, que gobierna sin reglas, sin escrúpulos ni principios?
Sólo los pueblos tendrán la última palabra.