La defensa interminable

Seguir por correo electrónico
Facebook
Twitter
Pinterest
Whatsapp

 
Por Marino Vinicio Castillo R.
Ciudadania RD Media

Dr. Marino Vinicio Castillo R., presidente del partido FNP.

Nada es más detestable que un arrepentimiento insincero. Así como es de hermoso el gesto cuando de veras se siente, resulta despreciable cuando sirve de excusa maliciosa; cuando lo que se busca es enmascarar y retorcer la realidad en que ocurrieran las cosas.

Ahora, en estos días, han aparecido unas enjundiosas opiniones editoriales dignas de estudiarlas, porque su análisis ayudaría a comprender mejor la catástrofe que hoy sólo se quiere ver como un antes y un después; es decir: la Operación Falcón es una especie de “Visita Sorpresa” y hubo un tiempo en que se habló vagamente de que cosas así podrían suceder. Desde luego, sin responsables de que así fuera.

La realidad es más compleja, pues ese tiempo precedente sirvió para que la comercialización de la droga y su trágico consumo se instalaran como un cáncer terminal, metastásico, en las entrañas de nuestra sociedad; es decir, durante el tiempo de sus silencios; peor aún, de la beligerancia para desacreditar las advertencias arriesgadas y nobles que se hicieran.

Comprendan, pues, mis amables lectores, el porqué de mi recurrencia a mí mismo como ejemplo. Fueron partes de las luchas en que me viera envuelto y necesariamente, ya llegado este tiempo, me siento, más que parte, testigo; perdoné los agravios y no atiendo a rencor alguno en cuando comento.

Debo, no obstante, explicarme claramente al respecto para que la gente, que es lo que cuenta, tome nota y se fortalezca su entendimiento para apreciar las cosas que vienen, que seguirán exigiendo explicaciones acerca de la cuestión de saber a quién creerle.

El editorial que menciono busca expresar una especie de mea culpa sectorial y dice: “No debemos olvidar que algunos personajes de actividades sociales y políticas y algunos medios de comunicación social lo advirtieron a tiempo, pero la incapacidad de oír y prestar atención sobre esta materia es un tema digno de estudio. Nadie hacía caso a las advertencias, y mucho menos los políticos profesionales”.

El editorialista habla verdad, pero no toda la verdad. Quizás tenga mortificaciones que así se lo impongan, pues fueron ellos los que no quisieron oir, ni ver, y se dedicaron a combatir con ferocidad las advertencias y dieron cabida a todas las bajezas que se esgrimían contra quienes aventuraban vaticinios de tal naturaleza.

Es mi caso, pero también el de otros muchos que con enorme virilidad escribieron libros memorables sobre el Narcotráfico y artículos diarios en los propios medios del importante grupo editorial. Recuerdo y reverencio a mi inolvidable amigo Miguel Angel Velásquez Mainardi

En aquellos silencios no importó el hecho de que se le estaba dando cobijo al Crimen Organizado, que se abría paso al galope hacia la toma del Estado, en el sentido más vasto: instituciones civiles, militares, policiales, partidos políticos, banca, comercio y conciencias.

Un buen amigo me llamó, no sin enfado, y me leyó la pieza creyendo que compartiría su enojo por no mencionar mi nombre, y fue notable su asombro ante mi respuesta. Le dije que no sentía ningún género de molestia por omitirme, al tratar el tema, pues era esa una secuela de aquella estrategia que se utilizara para borrarme del mapa de ciudadanía nuestro, cuando se urdiera mi muerte civil bajo una consigna no muy revelada: “Mátenlo con las palabras y entiérrenlo con el silencio.”

Se rió el amigo cuando recordé algunas de mis respuestas en aquellos momentos de demolición de mis esfuerzos, de parte de mis interminables adversarios: “Ustedes están replicando al tirano Gómez de Venezuela, que al instruir a uno de sus bárbaros Gobernadores, decía: “En cuanto al comunismo, ni una palabra, ni en bien, ni en mal, que del enemigo, como de los muertos, no se habla”.

A mi amigo lo hice reír más, al citarle aquella información del Times de Londres, anunciando la muerte del Canciller de Bonaparte: “Ayer murió en París Maurice Tayllerán. Tendría sus razones para hacerlo.” El odio conmigo no andaba lejos de provocar desprecios parecidos. Que no me mencionen es mejor; así no turban al trabajo del tiempo cuando los hechos se proponen dictar sus veredictos. Yo denuncié, hace décadas, en forma casi obsesiva, que el Crimen Organizado era el peligro mayor nuestro y merecí todas las ofensas concebibles, porque, entre otras cosas, los intereses creados, y múltiples, no dejaban de ver algunos importantes provechos si se daba la profecía y la Droga traía sus riquezas, aunque chorrearan la sangre y las lágrimas de las familias destrozadas por la maldición del quebranto de la adicción.

Recuerdo que intentaban banalizar ese peligro y se hablaba de que, en todo caso, no teníamos solvencia para llegar a ser territorio de consumo y lo más que podrían producirse eran episodios de consumir cemento de zapatero, mariguana, que era una droga dulce, distraccional. Nunca aprobaron mi severa advertencia de que todo eso era incierto, que vendrían capitales a hacerse condueños de nuestra economía y, sobre todo, el paso a las drogas duras que engendraría una posible sociedad de zombies.

Asumí todos los riesgos y me consolaba enormemente conservar el trato generoso que me diera un Orlando Martínez, cuya memoria abanderaba el contraste.

Hoy, pues, me encojo de hombros, sin encono ni resentimientos, aunque pienso en la culpabilidad de aquellos silencios de las miopías deliberadas que dejaron de decir, conforme a sus deberes, las cosas que ya estaban nublando nuestro sosiego, anunciando estas tormentas de hoy, cuando todos tememos estar ante un tsunami.

Doy gracias a Dios por haberme permitido ver “llegar al diablo” de esta catástrofe, no para reír, sino para acompañar a todos cuantos hoy me dicen: “Doctor, si le hubiéramos hecho caso, talvez no fuera así.”

El amigo comprendió a fondo mis explicaciones y me encantó oírle murmurar: “Es tiempo de actuar; más vale tarde que nunca.”

Desde luego, confieso que al recordar todos aquellos azares hay cosas en ellos que me abruman, lo que no lograron cuando se produjeron. Voy a contar una, que ya es parte de mi modesta autobiografía que pretendo llevar a libro con el título “LO QUE PUDE VIVIR”.

Lo anticipo ahora, porque lo he contado otras veces en La Respuesta y creo oportuno rememorarlo como experiencia de vida que, de seguro, tiene tragada el olvido de los que la presenciaron, o supieron de ella; además, en beneficio de los jóvenes de cincuenta años, que entonces tendrían algo menos de diez años:

En una ocasión participaba en los debates públicos dentro del esquema de mis posiciones sobre el tema de la Droga; hablé para ilustrar acerca del poder que había alcanzado el cerebral Cartel de Cali, que en una espectacular solicitud de extradición de Estados Unidos héchale a España, buscaba juzgar por tráfico de toneladas de cocaína a dos importantes representativos de los Carteles de la Droga de Colombia, Gilberto Rodríguez Orejuela, de Cali, y uno de los hermanos Ochoa, de Medellín.

Se había logrado evitarla con la elaboración antedatada de un falso expediente de violación a las normas de importación de Toros de Lidia de Colombia y que para lograr tal éxito un Procurador General de aquella nación había recibido una importante suma de dólares. Se daba el caso de que ese servidor público colombiano había pasado a ser Embajador acreditado ante nuestro gobierno.

Me advirtieron algunos amigos que me cuidara porque “habían pasado el sombrero” elementos poderosos del capital nuestro y en una reunión se había acordado terminar “con el expediente de las molestias de Vincho Castillo.”

En efecto, días después fui sometido a la acción de la justicia por ante la Suprema Corte, dado que desempeñaba funciones de Asesor del Poder Ejecutivo en Políticas Antidrogas. No pocos creyeron verme en aprietos insalvables; hasta llegaron a testimoniar gente importante de la comunicación social, como un legendario director de una revista que fuera sensación pública durante mucho tiempo.

Todo parecía una derrota vergonzosa para mí y mi familia; mis hijos abogados formaron parte de mi colegio de defensa.

Una noche, sin embargo, según mi costumbre, busqué el sueño leyendo un libro con el título “La Droga, el Dinero las Armas”. Su autor, Alain Labrousse, quien fuera Director del Observatorio de Drogas de Francia, y luego del mundial, y allí encontré una revelación espectacular relativa precisamente a ese caso de las extradiciones en conflicto que he mencionado. Así se confirmaba la argucia de los Toros de Lidia, la venalidad de la autoridad judicial y mis revelaciones eran un eco serio y responsable de aquella versión escandalosa de poder de los Carteles.

Desperté a mi esposa con exclamaciones de júbilo: “¡Gané el caso! ¡Gané el caso!” Y le decía: “¡La mano de Dios! La Mano de Dios!”.

Tal como pensé, fui a un programa de televisión de la mañana, antes de la audiencia de ese día, y cuando ésta se abrió, se oyó un malletazo dándole fin a la misma, “porque no era de la competencia de la Alta Corte juzgarme”, en razón de que “yo sólo tenía el rango de Secretario de Estado, pero no lo era”.

Salieron los jueces en tropel del estrado y quedé sólo frente al Procurador General de la República, que tuvo la paciencia de oir mi emocionado discurso de Defensa. En aquel momento me enojé por el penoso desaire. Luego, pensé: “Lo nuestro es muy grave; vamos muy mal. Nos están envenenando la sociedad.”

Claro está, el juicio se evaporó, y no llegaron a comprender mis persecutores que mis advertencias eran serias por veraces cuando les prevenía, además de que “cuando llegare el día de la capitulación del Estado nuestro, el Crimen Organizado iría por sus empresas, primero, como asociados consabidos, virtuales; al final, por su propiedad plena. Tal como lo hicieron en muchos casos de Colombia entonces.”

En resumen, la miopía, como la sordera, no eran necesariamente del pueblo, sino que éste no contó con lo que se le debió decir en los silencios de los medios de gran poder. Quizás ahora estén entendiendo a qué me refería, cuando hay tanta promiscuidad entre lícitos e ilícitos en la economía nuestra.

Diría un hombre del pueblo llano nuestro “y falta el rabo por desollar”, cuando estas cosas se hagan materia de juicios criminales en Cortes extranjeras.

Y yo agregaría: “Dejen que se establezca el pavoroso temor al Crimen Organizado como compañero de ruta en esos trotes de lo que llamo “Pacto Implícito”. Es él, el que está empujando más hacia el Estado Binacional; es decir, hacia el “puerto libre” que se nos diseña como destino de nuestro Estado.

Pero, la hora no es propicia para reclamar méritos; es tiempo de luchar entre todos, sin remilgos de “yo dije”, “yo advertí”, “ustedes no quisieron oir ni ver”, pues lo que se debate es saber si seguiremos siendo una Patria libre y soberana; si terminarán por funcionar nuestras instituciones; en fin, si venceremos los odiosos planes de una Geopolítica cada vez más pérfida y alevosa.

Para ello se requiere un proceso de Unidad Nacional, excepcionalmente sólido, que no deje una duda de nuestra determinación de ser consecuentes con la sagrada recomendación testamentaria del Padre fundador: “Nuestra Patria ha de ser libre e independiente de toda potencia extranjera o se hunde la isla”.

El mea culpa sincero es provechoso, pero a estas alturas resulta inconducente; el propio gesto de la autocrítica carece de valor, pues la unidad demandada impone fraternidad acerada y sólo serán las acciones de cada quien las que generarán los méritos de haber servido a la Patria, cuya salud la dañó el Crimen de los siglos, como si fuera un pre-requisito indispensable para que pudiera abatirla la traición.

No nos desalentemos que hay mucho por hacer y paso a hacer mis preguntas al final: ¿Creen ustedes que necesitamos voces nuevas incorporadas, no ya para las alertas, sino para los combates sociales y políticos, que se han de librar? ¿Estaremos suficientemente convencidos de nuestras desgracias para poder reaccionar con la energía debida en los grandes rescates de lo perdido?

Insisto, como siempre, en que no estará ausente la Divina Providencia, como nunca antes, para librarnos de tantos males. Dios está con nosotros, que no lo dude nadie.

Fuente: La Pregunta

Redacción
Author: Redacción

Medio digital de comunicación de República Dominicana

Seguir por correo electrónico
Facebook
Twitter
Pinterest
Whatsapp
close

¿Disfrutas este blog? Pasa la voz :)

Recibe nuevas notificaciones por e-mail:

Descubre más desde Ciudadania RD Media

Suscríbete ahora para seguir leyendo y obtener acceso al archivo completo.

Seguir leyendo