Por José Ricardo Taveras Blanco
CRDmedia
La muerte del señor Gustavo Cisneros en el exilio no debe pasar desapercibida para la plutocracia dominicana. Por muy dorado que fuera y por muy bien acogido que lo fue entre nosotros murió en el exilio, venía de perder, junto a otros miembros del consejo de administración de Venezuela, S. A., la mayor de sus fortunas, eran, como algunos de los de aquí, los dueños de su país, pero al igual que los nuestros ejercieron los atributos de ese “derecho” de propiedad, el usus, el fructus y el abusus, de manera no tan responsable cuando solían poner su particular interés por encima del bien común.
En gran medida se valió de las reglas de juego de un sistema político turbado y sumiso a los intereses, usaban tácticas que usan los de aquí, arrodillaban débiles de carácter y espíritu que a cambio de un efímero ejercicio de poder a veces eran capaces de entregarle el alma al diablo, para lograrlo solían valerse inmisericordemente del descrédito del sistema y sus actores, las más de las veces merecido por serviles, sin hacer distinciones, sin reservas, para luego hacerlo transar a favor de los intereses establecidos, los que conocen el caso venezolano lo saben, parte del sector privado tuvo casi tanta responsabilidad como el político en la desgracia de Venezuela.
Cisneros fue quizás el más conspicuo de los oligarcas venezolanos, los cuales en su momento apostaron a Chávez discretamente, no andaba solo en eso, fueron muchos, incluidos políticos del sistema, convencidos de que lo podrían marear entre una copa de champagne y un bocado de caviar, estaban seguros de que lo podrían cooptar y que lo involucrarían en la centrífuga de un sistema viciado hasta el tuétano por los intereses y la conchupancia. Error ictus, el indio terminó convirtiéndolos en refugiados, poderosos y encubiertos pero refugiados al fin.
Todo cuanto digo hasta aquí no me lleva al error de concluir que como ser humano fuera un ser despreciable, no, en absoluto, fue según me dicen una buena persona en general, un hombre de éxito, tanto, que al igual que otros tantos de su muy exclusivo club olvidó los límites del mismo, que cuando las naciones se quedan sin paradigmas políticos y sociales matan la esperanza y se entregan plácidamente en los brazos del caos populista, se convierten en un río crecido que se lleva de encuentro todo cuanto encuentran en su camino.
Aquí pasa igual, los intereses actúan como perdona vidas de la miserable clase política que padecemos, en general y sin generalizar, pasan el sombrero para aniquilar la imagen de aquellos que sin confrontarlos a veces se atreven a decirles que no, son alérgicos a cualquiera que no esté dispuesto a ser un presidente de bolsillo, alquilan ministerios, colocan sus empleados en los órganos llamados a ejercer el control de sus negocios, enajenan la población contaminando la información que crucifica la política y los políticos como el eje de todos los males, admito que no sin razón en muchísimos casos, para ello cuentan con el miedo de los que le deben el financiamiento de sus campañas, en las que se dejan acorralar en un debate sobre quién es más o menos ladrón que el otro, donde el gran ausente es el imperceptible cáncer del acceso despiadado de los intereses al pastel presupuestario con reglas de juego de dudosa calidad moral y donde ni por asomo se asume la agenda que pare el monstruo plutocrático que terminará por tragarnos a todos.
Con todo el respeto de los deudos del señor Cisneros y de su memoria, creo que la lección que representa su partida en el exilio puede contribuir a un legado para ellos mismos que están sentando raíces aquí, pero especialmente para aquellos que las tienen plantadas a través del paso de generaciones, si los intereses no aprenden que la prioridad es el bien común, el cual incluye incluso su derecho a enriquecerse lícitamente cada vez más, pero no la aciaga cultura de entender que más que prósperos hombres de negocio se sientan amos de la nación. La lección es que no hay poder sobre la faz de la tierra capaz de sobrevivir a las consecuencias del caos que sobreviene a la muerte de la esperanza.
Aquellos que lean esto desde el mareo que produce la inmadurez y la riqueza insensata me podrían tildar de ser un fracasado y amargado populista anti ricos, pero los que lo lean aceptando la invitación a una reflexión sobre los límites que nos debemos imponer para que nuestra patria sobreviva al caos apreciarán todo cuanto digo, porque no quiero ningún dominicano, pobre o rico, perseguido por los escombros del derrumbe de la democracia. Visto así, mi aspiración es que también se comprenda que los intereses no son los únicos responsables, la indiferencia que nos carcome, especialmente en nuestras clases medias, la superficialidad con que nos dejamos arropar por la ficción de una vida muelle sujeta a desaparecer con un simple eructo del desorden, también nos invita permanentemente a no jugar el rol de catalizadores sociales para la procuración del equilibrio hace tiempo perdido.
Por lo demás, en paz descanse el señor Gustavo Cisneros, a quien no tuve el gusto de conocer, pero que al margen de las observaciones aquí hechas, nadie le podrá quitar los merecidos honores por sus éxitos, dejando clara mi gratitud, porque su partida en las condiciones que he descrito no deja de ser una gran lección para todos los que somos incapaces de ver la barba del vecino ardiendo y no ponemos las nuestras en remojo. EPD.