Por Redacción
CRDmedia
Terminal Mamá Tingó de la Linea 1 del Metro de Santo Domingo.
Hay estaciones que no solo marcan una parada en una ruta, sino que resumen el país que somos y el abandono que toleramos. La estación Mamá Tingó, en el corazón de Villa Mella, es hoy el epítome del desgaste institucional de la OPRET y del fracaso gerencial del transporte público dominicano. Lo que debería ser un servicio de movilidad eficiente y digno se ha transformado en un campo de batalla cotidiano para los más pobres, donde ingresar a un vagón es casi un acto de fe.
Este miércoles lo dejó claro: una sola puerta fuera de servicio desató un caos de proporciones vergonzosas. Filas kilométricas, torniquetes inhabilitados, miles de ciudadanos esperando más de 20 minutos bajo el sofocante desorden matutino. ¿La causa? Falta de mantenimiento. ¿La consecuencia? Tardanzas laborales, estrés acumulado y una ciudadanía que, aun pagando impuestos y pasajes, recibe a diario el mensaje de que su tiempo —y su dignidad— no valen nada.
Y lo más preocupante es que este escenario no es un incidente aislado, sino una rutina estructural. Los trenes siguen siendo insuficientes (tres vagones por viaje), las aglomeraciones son norma en horas pico, y el entorno de la estación —invadido por motoconchistas, vendedores informales y vehículos mal estacionados— permanece descontrolado. La OPRET no puede seguir culpando al azar o al exceso de demanda: es una incapacidad sostenida y dolorosamente visible.
La alternativa de aceptar colaboración internacional, como ha sugerido el presidente francés Emmanuel Macron, ha sido retomada por voces como la de Ricardo Nieves. Y aunque endeudarse no es decisión menor, la pasividad es aún más cara: la inercia institucional se está cobrando en frustración, desigualdad y precariedad urbana. Mientras se improvisan respuestas, los vagones siguen zumbando abarrotados, llevando no solo pasajeros sino el peso de una gestión que no arranca.
La falta de inversión en mantenimiento, planificación y ampliación del sistema metro no es una omisión técnica: es una renuncia política. Es declarar que quienes viven en las periferias y dependen de este sistema como única vía digna de transporte deben conformarse con empujones, esperas interminables y trenes que no llegan.
La estación Mamá Tingó no merece ser símbolo de la negligencia. Y sin embargo, lo es. Cada día que se permite este desorden, se legitima un modelo de servicio que castiga al pobre, normaliza el desorden y convierte lo público en ruina.