Por Redacción
CRDmedia
En el ajedrez político dominicano, la jugada de Omar Fernández, candidato a senador por el Distrito Nacional, retumba con la fuerza de un cambio de paradigma. Su declaración, dirigida a su oponente, resuena como un llamado al orden en un escenario donde las reglas no escritas de Maquiavelo han dictado la partida por demasiado tiempo.
“No todo en Política se vale”, proclama Fernández, desafiando la noción maquiavélica de que “El fin justifica los medios”. Esta máxima, que ha sido interpretada como una licencia para cualquier acto en nombre del éxito, es puesta en tela de juicio. Fernández, con su postura, no solo desafía a su contendiente sino a todo un sistema que ha permitido que la astucia y la manipulación se conviertan en herramientas estándar del oficio político.
La política, en su ideal, es el arte de lo posible, la búsqueda de consensos y la gestión del bien común. Sin embargo, la interpretación distorsionada de Maquiavelo ha permeado las estrategias políticas, justificando acciones cuestionables y erosionando la confianza pública. La declaración de Fernández es un cubo de hielo en el rostro de esa política caliente, impulsiva y a veces deshonesta.
La propuesta de Fernández es clara: establecer un nuevo paradigma donde la integridad y la transparencia no sean sacrificadas en el altar del éxito. Es un llamado a sus colegas y a la ciudadanía a reflexionar sobre los medios empleados para alcanzar los fines. En una era donde la información fluye libremente y el escrutinio público es inmediato, la política del engaño y la travesura es insostenible.
Este joven gladiador entra en la arena con la convicción de que la política dominicana puede y debe ser diferente. Con su sentencia, Fernández no solo busca un escaño en el Senado, sino también inscribir su nombre en la historia como el precursor de una política digna, donde efectivamente, no todo se vale.
La política debe ser una construcción colectiva hacia un futuro mejor, no un campo de batalla donde todo vale. La declaración de Fernández es un paso hacia ese ideal, un recordatorio de que la dignidad y la ética deben ser los pilares de la vida pública.