Por Jeffrey Medina Rivas
Ciudadanía RD Media

Más allá del cumplimiento normativo
En bancos y oficinas corporativas, la prevención de incendios no debe reducirse a instalar detectores de humo, rociadores y extintores para “cumplir con la norma”. La verdadera protección implica integrar estos elementos dentro de un sistema de gestión robusto, alineado con marcos como el Reglamento 522-06 de Seguridad y Salud en el Trabajo, Reglamento R-032 sobre seguridad y protección contra incendios y estándares internacionales como la NFPA 101 (Código de Seguridad Humana).
No hablamos solo de proteger bienes: en juego están vidas, datos críticos, la continuidad operativa y la confianza de clientes e inversionistas. Sin embargo, en muchas organizaciones, las medidas permanecen en planos teóricos, las inspecciones son de rutina y los protocolos rara vez se ponen a prueba en escenarios realistas.
Riesgos silenciosos que pasan desapercibidos
Un incendio no siempre inicia con una chispa evidente o un equipo defectuoso. Con frecuencia, los detonantes son prácticas cotidianas que se subestiman:
- Sobrecarga de circuitos por el uso simultáneo de equipos de alto consumo.
- Acumulación de polvo y fibras en sistemas de climatización y cableado.
- Uso de cafeteras, hornos eléctricos o regletas en áreas no autorizadas.
- Almacenamiento improvisado de materiales inflamables en espacios de archivo o depósitos.
- Mantenimiento reactivo en lugar de preventivo, dejando equipos y sistemas en condición de riesgo.
Cada uno de estos factores puede derivar en un incendio en cuestión de minutos si coincide con un descuido, un fallo eléctrico o una evacuación mal ejecutada.
Protección activa y pasiva: dos aliados inseparables
La experiencia internacional y los incidentes locales demuestran que la seguridad más efectiva combina dos frentes complementarios:
- Protección activa: dispositivos que detectan y actúan ante el fuego, como alarmas, rociadores automáticos, extintores portátiles, sistemas de supresión por gas en salas de servidores y sistemas de ventilación de humo.
- Protección pasiva: medidas arquitectónicas que ralentizan la propagación del fuego, como muros y puertas cortafuego, compartimentación de áreas críticas, sellado de pasos de cableado y uso de materiales ignífugos.
Ambos enfoques requieren mantenimiento periódico, pruebas funcionales y registros documentados para demostrar operatividad. De nada sirve un sistema instalado si, llegado el momento, falla por falta de verificación.
El peligro de las falsas alarmas
Las falsas alarmas son un problema frecuente en edificios corporativos. Aunque puedan parecer inofensivas, tienen un efecto psicológico peligroso: generan apatía y retrasos en la respuesta. Este fenómeno, conocido como “efecto del pastor mentiroso”, hace que las personas duden antes de evacuar, perdiendo segundos que pueden marcar la diferencia entre una salida segura y quedar atrapados.
Prevenirlo exige calibrar y mantener los sistemas, capacitar al personal para reaccionar de inmediato y reforzar el mensaje de que toda alarma se atiende como si fuera real hasta que se confirme lo contrario.
Cultura de seguridad: el factor decisivo
La infraestructura más avanzada pierde valor sin una cultura de seguridad sólida. Esto significa:
- Un liderazgo visible que priorice la seguridad al mismo nivel que la productividad.
- Participación del personal en la identificación de riesgos y reportes tempranos.
- Simulacros realistas que involucren a todos los ocupantes.
- Retroalimentación constante para corregir comportamientos inseguros.
- Inclusión de la seguridad como indicador de desempeño en todos los niveles jerárquicos.
La seguridad contra incendios no es tarea exclusiva del departamento de mantenimiento o de la brigada; es una responsabilidad colectiva.
La pregunta clave no es si su edificio cumple con lo que exige la ley, sino si está realmente preparado para evitar un incendio o responder con eficacia si ocurre. En un evento de este tipo, cada segundo cuenta y las decisiones que se toman hoy, no el día de la emergencia, son las que determinan el desenlace. La prevención no es un gasto ni un trámite: es una inversión estratégica que protege lo más valioso de cualquier organización, su gente, su reputación y su futuro.
