En diciembre de 1991 cayó la URSS, una “catástrofe geopolítica” según Putin
MOSCÚEl día de Navidad de hace exactamente 30 años, Mijaíl Gorbachov se rendía ante la evidencia y dimitía como presidente de la Unión Soviética. En el Kremlin, un cambio de banderas confirmaba el fin de una era: desaparecían la hoz y el martillo, que quedaban definitivamente sustituidos por el blanco, el azul y el rojo de la nueva Federación Rusa. La disolución de la URSS, definida por el actual presidente ruso, Vladímir Putin, como “la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX”, supuso la creación de 16 nuevos estados, que arrastraron viejos problemas y crearon nuevos.
El golpe fue duro en todo el que hasta entonces era territorio soviético. Los años 90 fueron especialmente difíciles en toda la zona: se desencadenaron guerras en Chechenia (Rusia), Moldavia, Tayikistán y entre Armenia y Azerbaiyán; arraigó el crimen organizado en las grandes ciudades rusas y ucranianas; se empobreció la población; las empresas estatales quebraban o eran compradas a precios irrisorios, y hubo grandes migraciones.
Por este motivo, hablar de los años 90 no es cómodo para algunos rusos. Durante esta época, no fue extraño ver cómo personas con cierto prestigio en la URSS como deportistas profesionales, astronautas o ex agentes del KGB –como el mismo Putin– acababan trabajando de lo que buenamente podían. El mismo presidente ruso reveló recientemente que había trabajado de taxista a finales del milenio.
Del hermanamiento del homo sovieticus –término acuñado por la escritora bielorrusa Svetlana Alexiévich– poca cosa queda. En el siglo XXI han resurgido los conflictos bélicos: la guerra entre Georgia y Rusia; una guerra civil en el este de Ucrania; la ocupación de Crimea por Moscú, y el conflicto entre Armenia y Azerbaiyán, que volvió a estallar el 2020.
Las élites excomunistas
A finales de los años 80, la Unión Soviética, de la mano de Mijaíl Gorbachov y el último gobierno comunista, intentó reformarse. Andrei Ryabov, director ejecutivo de la Fundación Gorbachov, explica que “estaba extendida la opinión de que Gorbachov llegó tarde con las reformas, y que la URSS, sobre todo después del golpe de estado de agosto de 1991, no podía ser salvada”. Según él, sin embargo, las “posibilidades de transformar la URSS” existieron hasta diciembre de 1991, cuando se reunieron los líderes de Rusia, Ucrania y Bielorrusia y anunciaron la disolución de la Unión Soviética.
Antes de este tratado, firmado por el primer presidente de Rusia, Borís Yeltsin, el líder ucraniano Leonid Kravchuk y el bielorruso Stanislav Shushkévich, todas las repúblicas de la Unión habían proclamado su independencia. Ryabov considera que el motivo que contribuyó con más fuerza a la disolución de la URSS fueron “las nuevas caras” al frente de los partidos comunistas de las repúblicas, “que sintieron la posibilidad de controlar los activos, la economía de estas repúblicas”.
En la mayor parte de los casos, los líderes del Partido Comunista de cada república ocuparon el cargo de primer presidente del país. Muchos de ellos han seguido gobernando hasta hace pocos años; algunos, o personas próximas a ellos, siguen manteniendo el poder hoy en día. Por ejemplo, Ilham Aliyev, hijo del primer presidente de Azerbaiyán, es su actual líder. O Nursultan Nazarbayev, que gobernó Kazajistán desde 1990 hasta 2019, cuando renunció a la presidencia. En Tayikistán, Emomali Rahmon, presidente desde 1992, había sido anteriormente un alto funcionario en el Partido Comunista del país.
Estos son algunos ejemplos del poco cambio político en esta región en las últimas tres décadas, que también se ha traducido, en algunos casos, en regímenes autoritarios y poco partidarios de la libertad de prensa o de una democratización de la sociedad.
Fósiles de la URSS
Hoy en día, lo que comparten los dieciséis países son símbolos: una tercera edad nostálgica del siglo XX , el uso del ruso como lengua franca, nombres habituales para calles (de los Pioneros, de Lenin, de los Marxistas, del Komsomol…) u otros recuerdos, que en la mayoría de países se han conservado parcialmente, con las excepciones de los bálticos y Ucrania.
En Rusia se tiene muy presente el pasado soviético. Un ejemplo claro es el Sputnik V, el nombre de la vacuna rusa contra el covid, que toma el nombre del primer satélite que puso en órbita la URSS. La victoria del ejército soviético contra la Alemana nazi en la Gran Guerra Patria (tal como se suele denominar la Segunda Guerra Mundial en Rusia y otros países exsoviéticos) se sigue celebrando anualmente el 9 de mayo.
Pero más allá del simbolismo, queda muy poco de la igualdad que defendía el comunismo. Unos cuantos empresarios, que se suelen conocer como “oligarcas”, han llegado a controlar el 35% del PIB ruso, a pesar de ser un grupo de solo 110 personas. Figuras como Alexandr Bórtnikov o Arkady Rotenberg controlan grandes conglomerados de empresas, incluyendo medios de comunicación. Mientras tanto, cerca de un 13% de los rusos viven en la pobreza. Es habitual ver gente mayor trabajando o vendiendo sus pocas pertenencias para compensar la baja pensión que les ha tocado, de media, equivalente a 175 euros.