Tensar sin romper

Por: Homero Luis Lajara Solá
Ciudadanía RD Media

Tensar sin romper
Vice Almirante de la Armada de la Republica Dominica (Retirado).

“Las cosas en las que piensas determinan la calidad de tu mente. Tu alma toma el color de tus pensamientos” —Marco Aurelio—

Mijaíl Gorbachov fue el último secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética (URSS) y el último jefe de Estado de ese imperio ideológico que dominó el mundo bipolar durante medio siglo.

Llegó al poder en 1985 con tan solo 54 años, en un momento en el que la maquinaria soviética, aunque aún temida, daba señales de agotamiento económico, tecnológico y moral.

Gorbachov no era un revolucionario al estilo clásico, sino un reformista que buscaba salvar el sistema desde dentro. Su visión era modernizar la URSS sin desmontar sus cimientos ideológicos. Para ello, introdujo dos conceptos claves: perestroika (reestructuración) y glasnost (apertura).

Lo que intentó fue, en esencia, una operación de altísimo riesgo: reformar un sistema rígido sin romperlo. En su esfuerzo por aflojar los tornillos del aparato comunista, terminó desarticulándolo por completo.

Su intento fallido derivó en el colapso de la Unión Soviética en 1991, sin necesidad de un ataque externo. Fue una implosión interna provocada por el debilitamiento del control político y la pérdida de la cohesión institucional.

Esta experiencia deja una advertencia valiosa para quienes ejercen el mando en estructuras verticales como las Fuerzas Armadas y la policía militarizada: hay que saber tensar sin romper.

Toda institución jerárquica —y la uniformada en particular— se sustenta sobre tres pilares: la disciplina, la cohesión interna y la confianza en la cadena de mando.

Introducir cambios sin calcular las consecuencias puede desestabilizar el equilibrio que mantiene a flote la nave.

El error de Gorbachov no fue tener visión, sino desconocer que un sistema construido sobre el miedo y el control férreo no resiste bien la apertura si no se prepara previamente a sus cuadros, a sus mandos intermedios y a su base estructural.

En términos navales, sería como intentar reestructurar un buque en plena travesía sin revisar antes el estado de la quilla ni preparar a la dotación para nuevos procedimientos.

Reformar la institución no debe confundirse con desmontarla. Toda modernización requiere gradualidad, pedagogía y liderazgo ejemplar. De lo contrario, el riesgo de naufragio institucional es real.

Gorbachov intentó introducir ideas democráticas en un ambiente donde no existían cultura cívica ni tradiciones de pluralismo. En lugar de abrir compuertas con control, las soltó a todas a la vez.

El resultado fue que perdió el control del timón. Y con él, se desmoronó todo el sistema que pretendía salvar.

Esta lección debería ser tenida en cuenta por quienes desean dejar huella positiva en instituciones jerárquicas: no basta con querer cambiar el rumbo, hay que conocer el estado del navío y formar a la tripulación para el nuevo viaje.

Las Fuerzas Armadas no son impermeables al cambio —ni deben serlo—, pero su transformación debe hacerse como se ajusta un velamen: con cuidado, atendiendo a la dirección del viento y sin forzar las cuerdas más allá de su resistencia.

Quien reforma, debe saber más de tradición que de ruptura. Debe mantener firme el timón, sobre todo cuando cambia las cartas náuticas por otras actualizadas.

La historia de Gorbachov no es solo una crónica de fracaso. Es, en esencia, una advertencia estratégica: no se rompe lo que aún puede ser reparado; no se improvisa en instituciones que exigen continuidad y, sobre todo, no se puede tensar una estructura sin conocer la resistencia de sus materiales.

Porque en el mar de las instituciones, el comandante que no respeta el equilibrio, termina dando una vuelta de campana con el barco y su tripulación incluida.

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Author: CRDMedia

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