
Lo que parecía ser una catarsis colectiva frente a una tragedia que dejó a 270 niños huérfanos, rápidamente se transformó en un campo de batalla digital entre dos figuras influyentes: el youtuber Aneudy Santos y el cineasta Aquiles Jiménez. Todo comenzó con publicaciones críticas de Jiménez en su cuenta de X, donde cuestionaba la responsabilidad del Estado y de ciertos actores empresariales en la cadena de omisiones que condujo al fatídico suceso. Pero lo que encendió el debate no fue el dolor expresado, sino a quién iba dirigido.
Desde su tribuna virtual, Jiménez respondió con dureza, apelando a la ética del silencio. “Utilizar el dolor de 270 familias para atacar a Antonio Espaillat no te hace más justo… te hace más pequeño”, escribió, en una publicación que combinó tono solemne con una crítica directa al rol de Aneudy como generador de contenido. Su acusación: estar usando la tragedia como plataforma para ganar visibilidad.
El mensaje de Aquiles Jiménez no fue tibio. Cuestionó las intenciones del Youtuber, acusándolo de instrumentalizar el sufrimiento ajeno en nombre de una supuesta justicia mediática. A su juicio, el dolor colectivo exige respeto, no reflectores ni monetización. En un giro cargado de sarcasmo, cerró con una frase que se volvió viral: “Nos deja saber cuánto facturaste en tus plataformas con el tema de Jet Set, para saber si vas a donarlos a la familia de la tragedia.”
La reacción en redes fue inmediata y dividida. Mientras algunos criticaban a Jiménez por minimizar el derecho a cuestionar responsabilidades, otros respaldaron su postura como un llamado a la ética en tiempos de tragedia. Las menciones a Antonio Espaillat, figura emblemática del entretenimiento dominicano, le dieron al conflicto un matiz más delicado y explosivo.
Jiménez, lejos de retractarse, sostuvo sus declaraciones en posteriores publicaciones, insistiendo en que su denuncia no era personal sino estructural. “No se trata de cacerías individuales, sino de evidenciar cómo las omisiones sistemáticas matan. El silencio también es una forma de complicidad”, señaló. Con eso, la tensión se mantuvo, y el debate se tornó filosófico: ¿hasta dónde puede llegar un creador de contenido en nombre del activismo?
Este enfrentamiento deja al descubierto una grieta más amplia: la lucha entre el relato mediático y el rigor judicial, entre la indignación digital y la responsabilidad ética. En tiempos donde las redes sociales son tribunal, escenario y arma, el manejo del dolor colectivo se vuelve tan frágil como el cristal de una pantalla.
¿Se está haciendo justicia o se está buscando audiencia? ¿Y quién pone los límites cuando la tragedia se vuelve viral? El país observa, indignado, dividido, cansado.