Antoine Kerfant
Crear mi Empresa
Erase una vez un emprendedor. Llevaba mucho tiempo trabajando sobre su concepto. Había iniciado el negocio unos meses atrás, pero las ventas tardaban aun en consolidarse. Dedicaba muchos esfuerzos a su empresa. Tanto, que llevaba desconectado muchas semanas de sus familiares y amigos.
Se pasaba los días encerrado en el estudio. A veces hablaba con clientes o proveedores por teléfono o videoconferencia. Pero, la mayoría del tiempo la pasaba respondiendo a correos y trabajando en ideas para conseguir más trabajos y ampliar su negocio. Apenas se juntaba unos momentos cada día para comer y cenar con su familia. Se quedaba poco rato.
Ya ni siquiera jugaba con su hijo de tres años a quien quería tanto. Lo había intentado, pero después de unos minutos, sentía una enorme culpa de no estar trabajando. En definitiva, todo eso lo hacía por su familia, para que nunca les faltase de nada. Ellos lo entendían. Era temporal.
Lo cierto, es que, mientras tanto, la economía familiar dependía sobre todo de su esposa, quien además de un trabajo a tiempo completo, se encargaba de todo lo de la casa. Ella se había mostrado muy comprensiva y apoyaba el proyecto de su marido. No podía defraudarla.
Un día de diciembre, cuando se acercaba a la mesa familiar para cenar con los demás, nuestro emprendedor recibió un extraño saludo.
– Buenas noches, señor.
Había hablado su hijo de tres años. Su madre le corrigió inmediatamente.
– Vamos Miguelín, eso no es una manera de saludar a tu padre. Dile buenas noches, papá.
El niño miró a su madre, luego nuevamente a su padre, pero repitió con cara muy seria.
– Buenas noches, señor. ¿Ha visto usted a mi padre?
El emprendedor no sabía si su hijo estaba bromeando o le estaba faltando al respeto. Intento convencerle de que recapacitara.
– Miguel, soy papá. No sé si estás bromeando o que pasa, pero por favor llámame por mi nombre, porque no soy cualquier señor.
– Lo siento, señor. No puedo hacerlo. Mi papá no es usted. Mi papá hablaba conmigo y jugábamos juntos. Usted lo único que hace es encerrarse en el estudio para estar en su ordenador.
La cara del niño había pasado de seria a triste.
El padre se sintió muy molesto y ofendido. Claro, su hijo era muy pequeño y no entendía la importancia que tenía el negocio de su padre. Pero precisamente él estaba pasando tanto tiempo trabajando por el bien de su hijo. ¡Cómo se atrevía a despreciarle así!
Estaba a punto de replicar, cuando de repente le asaltó una duda. ¿De verdad todo el tiempo que pasaba frente al ordenador era realmente productivo? ¿Acaso sería posible que hubiera perdido algo de perspectiva sobre el negocio y sobre la vida en general? ¿Para qué tener una familia si la iba a ignorar durante tanto tiempo?
Se acercó al pequeño y le dijo:
– Hola Miguel, encantado de conocerte. Tu padre ha estado trabajando mucho esos tiempos, y para compensarte por el tiempo perdido, yo voy a pasar mucho rato contigo durante los próximos días. Jugaremos y hablaremos como solíais hacerlo con él. De hecho, pasaré tiempo con todos. Y llamaré a unos amigos que tengo tiempo sin ver.
-Ahora llega la Navidad, todos vamos a tener más tiempo libre. No hay colegio, mamá tiene vacaciones, ya es hora de que me centre en las cosas importantes. El negocio puede esperar. Hasta me vendrá bien desconectar un poco.
Y pasaron unas Navidades muy felices…
Si eres emprendedor, no olvides lo importante. En Navidad o en cualquier otro momento del año, la vida es mucho más que trabajo. Tienes que conectar de verdad con las personas que te importan: tus familiares y tus amigos. Siempre habrá tiempo para el trabajo, pero cuidar las relaciones personales es fundamental.
No me importa si ese cuento de Navidad es simplón o cursi. Tiene mucha verdad. Va dedicado a todos aquellos que acaban dándole demasiada importancia al trabajo en sus vidas. Ojala sepan recapacitar a tiempo.