Por FEDERICO A. JOVINE RIJO CRDmedia
A nueve días de la explosión que desgarró a San Cristóbal y conmocionó al país, la sociedad sigue sin saber qué pasó. En ausencia de un informe –¡siquiera preliminar!–, el pueblo tiene derecho a especular, fabular y a construir hipótesis que intenten dar una respuesta convincente, así sea desde la más absurda teoría conspirativa. Si la gente hoy cuestiona y exige respuestas, es sencillamente porque las autoridades no las han brindado.
Oportuna, contundente y eficaz fue la respuesta inmediata y reactiva del gobierno; los bomberos hicieron como siempre lo que mejor saben hacer, dar lo mejor de sí a pesar de las precariedades en que se desenvuelven; el personal médico involucrado se entregó en cuerpo y alma a la titánica tarea de hacer frente a tantos casos dramáticos en tan poco tiempo. De igual forma, el gobierno ha dispuesto a posteriori una serie de medidas de corte económico y ha anunciado planes de compensación y ayuda a los damnificados.
No obstante, todo lo anterior quedará en entredicho si en el menor plazo posible no se informa, de manera oficial, qué pasó allí; y, sobre todo, quiénes son los responsables y cuál será el curso por seguir. 32 víctimas mortales y decenas de heridos son razones más que suficientes para llegar hasta la verdad… caiga quien caiga, sea quien sea.
La gente especula, tiene sus culpables y, si eso pasa, es por falta de comunicación. El gobierno debe entender que no puede haber mediatintas ni paños tibios. Ningún político, empresario, comerciante o figura pública de la sociedad sancristobalense es tan importante como para echar un manto de silencio sobre este suceso.
Hoy, los hechos mandaban a escribir sobre la tormenta Franklin o sobre la alianza suscrita el lunes pasado entre los principales partidos de oposición, pero no, no podemos hacer el juego a quienes apuestan a que una noticia entierra a la otra. Hay mucho dolor de mucha gente, hay mucha sangre inocente derramada, hay sed de justicia que debe ser satisfecha.
La sociedad merece una explicación y la merece ya, de inmediato. Cada día de silencio resta credibilidad al futuro informe que, en algún momento, tendrá que ser dado, y, cuando esto ocurra, poca gente creerá lo que este diga, pues habrá pasado el tiempo suficiente para que otras teorías suplanten el lugar de la verdad en el imaginario colectivo.
La verdad no ofende, ojalá el gobierno entienda esto.