Rafah (Gaza) (EFE).- Los habitantes de Gaza se resignan a sufrir un Ramadán roto, sin celebraciones para romper el ayuno, sin comida en las mesas, sin reuniones familiares o de amigos; mientras recuerdan los tiempos que el Ejército israelí les ha robado y ponen su destino en manos de Dios, conscientes de que el hombre los ha abandonado.
“Desde el primer día de Ramadán veías a la gente en las calles como si fuera un día de fiesta. Había visitas todos los días, reuniones en casa de tus vecinos y conocidos. Las visitas en Ramadán son una de las mejores tradiciones”, recuerda Ali Ahmad Asfur en un entorno desolador de tiendas de campaña de plástico, en uno de los decenas de campamentos en los que se hacinan 1,4 millones de desplazados en Rafah.
Remontándose a una Gaza que ya no existe, Asfur, de 50 años, asegura con añoranza, que la Franja era el único lugar del mundo -según él- donde la gente “sentía el Ramadán” y lo celebraba todo el mes, con una mezcla de recogimiento y celebración, con las casas decoradas para la ocasión y se compraba ropa nueva.
“Preparábamos comida especial para el ‘suhur’ (última comida antes del ayuno diurno) y el ‘iftar’ (comida que rompe el ayuno tras la puesta del sol), la mesa estaba llena de dulces y ‘kanafe’”, cuenta a EFE con una media sonrisa Mohamed Barakat, otro desplazado que huyó de Jan Yunis tras el estallido de la guerra el 7 de octubre.
Sin celebraciones
“Pero eso es pasado, tradiciones que no volverán, porque desde hace unos 20 días bebemos té amargo porque no hay nada de azúcar y, si hubiera, el kilo cuesta 25 dólares”, agrega Mohamed, un hombre de 45 años que lamenta que este año no ha podido ni comprar zapatos a sus hijos descalzos.
Mientras se escucha una ambulancia y el zumbido cotidiano de un dron israelí, Mohamed, que viste un jersey azul descosido por el cuello y un hombro, asegura que antes de la fiesta estuvo todo un día buscando zapatos inútilmente.
Junto a su tienda, comenta que, el Ramadán es bienvenido desde la óptica religiosa, pero no hay ganas de celebrar: “no hay ningún plato de comida especial, bajo la sombra de la muerte”.
“Este Ramadán es diferente, todo ha cambiado en la Franja de Gaza, solo hay seres humanos muertos o que esperan la muerte como su destino”, dice con tristeza.
Por los niños
Asfur señala a las tiendas de alrededor y relata: “Esa familia tiene mártires, esa tienda de campaña tiene un mártir, en la tienda de al lado su mujer está desaparecida. Yo tengo 19 mártires”. “¿Cómo voy a traer decoración de Ramadán aunque sea para los niños? No puedo, sería una vergüenza”, se pregunta y se responde.
Sin embargo, Amer, un costurero de 42 años, no piensa renunciar al carácter festivo del Ramadán, aunque sea por sus hijos. Alrededor de su tienda ha atado varias cuerdas con papeles rojos y azules, imitando las decoraciones que engalanaban la ciudad antes de la guerra.
En un cartón se lee: “Un Ramadán bajo las bombas. Árabes, musulmanes: ¡Ramadán Karim!” (Ramadán generoso, expresión con la que se felicitan estas fiestas.)
“No sabemos qué hacer. Esta sopa con botes de conserva, pero el ambiente de Ramadán y la decoración es para nuestros niños”, dice a EFE sentado frente a la hoguera donde calienta la sopa para romper el ayuno.
Sin esperanza
La llegada del mes lunar de Ramadán, sagrado para los musulmanes y que comenzó ayer, ha mostrado la determinación implacable de Israel de continuar con una ofensiva que ha dejado ya más de 31.100 muertos y la incapacidad de la comunidad internacional de imponer una tregua.
“Deseamos un alto el fuego y que acabe la guerra, la gente no puede soportarlo más. Se han extendido las enfermedades, las epidemias, no tenemos ni las necesidades básicas para vivir”, subraya Mohamed.
Para Mohamed, “el mundo es opresor y no tiene misericordia de lo débiles”, ya que la guerra ha demostrado que “a nadie le importa el destino de los gazatíes y el mundo solo se preocupa de sus intereses”.
“Quienes pagamos la factura de esta guerra somos nosotros, el pueblo de la Franja de Gaza”.
Sin embargo, Asfur no pierde la esperanza de que los pueblos del mundo “hablen, bien en el Consejo de Seguridad o en el Tribunal Internacional de La Haya, y que se termine la guerra”.
“Todo está roto este Ramadán”, asegura, Mahmud Zohro, de 26 años, desde el interior de su jaima de plástico, rodeado de ropa y enseres.
“En cada casa hay algo roto, en todas hay tristeza y destrucción. Mi hermano y su hijo han muerto, he perdido un amigo, dos tíos.. no queda nadie. (…) Es la guerra más horrible que hemos pasado”, asegura, mientras sujeta la llave inservible de su casa que abandonó en Jan Yunis huyendo de la muerte. “No es más que un montón de escombros”.