Por Alexander Zapata
Ciudadanía RD Media
La República Dominicana, una nación rica en recursos naturales y playas paradisíacas, se encuentra estancada en uno de los aspectos más fundamentales para el progreso de un país: la educación. Pese a los logros en sectores como el turismo y el deporte, seguimos ocupando los últimos lugares en los índices de educación a nivel latinoamericano. ¿Por qué nos hemos conformado con este destino? La respuesta es clara: la educación ha sido abandonada por aquellos en el poder, y el pueblo dominicano ha sido complaciente ante este abandono.
En cada ciclo electoral, vemos cómo se nombra a ministros no por sus competencias ni experiencia, sino por sus conexiones políticas y favores debidos. Personas que carecen de visión y compromiso asumen cargos clave en los que deberían diseñarse las políticas para formar a las futuras generaciones. Esta falta de preparación y enfoque ha resultado en un sistema educativo deficiente que no prepara adecuadamente a nuestros jóvenes para los retos del mundo moderno.
Mientras tanto, los políticos y la élite con acceso a recursos jamás dependen del sistema de salud o educativo local. Ellos viajan a Miami o a otros países desarrollados para recibir atención médica de calidad o para educar a sus hijos en instituciones prestigiosas. La pregunta que surge entonces es: si estos sistemas no son suficientes para ellos, ¿por qué deberían ser suficientes para el pueblo dominicano?
El problema es estructural y requiere soluciones profundas y a largo plazo. Sin embargo, los políticos prefieren apostar por medidas populistas que aseguren resultados inmediatos y votos en las próximas elecciones. Reformar la educación es un proceso que puede tomar décadas para ver sus frutos, un esfuerzo que muchos en el poder no están dispuestos a asumir porque los resultados no se verán durante su mandato.
Esto nos lleva a una cuestión fundamental: ¿por qué el pueblo dominicano no se indigna ante esta realidad? Somos rápidos para protestar cuando se anuncian ajustes económicos, y sin duda, es justo hacerlo. Pero, ¿dónde está esa misma energía cuando se trata de nuestra educación? ¿Dónde está la indignación por los jóvenes que no están siendo preparados para competir en una economía global? Quizás el problema radica en que estamos distraídos por el entretenimiento superficial que consumimos diariamente: los escándalos de artistas urbanos, los logros de nuestros peloteros, los chismes de la farándula. Nos enfocamos en lo inmediato y lo banal, mientras ignoramos las carencias profundas que afectan nuestro futuro como nación.
Esta distracción beneficia a los de siempre, a aquellos que controlan el sistema educativo y lo utilizan para moldear el pensamiento de las futuras generaciones según sus intereses. Porque al controlar la educación, controlan el poder. Un pueblo educado es un pueblo difícil de manipular; un pueblo ignorante es un pueblo fácil de dominar.
Necesitamos cambios radicales en nuestra forma de pensar y actuar. Imaginen un sistema electoral en el que, además de elegir al presidente, también elijamos directamente a ministros clave como el de Educación o el de Salud. Esto obligaría a los candidatos a presentar sus propuestas y someterse al escrutinio del pueblo, dando voz y poder de decisión a los ciudadanos sobre quiénes dirigirán los ministerios que afectan directamente sus vidas.
Si no empezamos a exigir cambios en nuestro sistema educativo desde la primaria, si no comenzamos a formar a nuestros jóvenes con conocimientos sólidos y habilidades críticas, seguiremos condenados a repetir los mismos errores. La educación es la base del desarrollo de cualquier nación, y si no invertimos en ella, estamos vendiendo el futuro de nuestro país por gratificación inmediata, likes y views en las redes sociales.
Es hora de despertar como pueblo. Ya no es cuestión de ignorancia, porque hoy más que nunca tenemos acceso a información sobre lo que sucede en el mundo. Sabemos lo que otros países están haciendo para mejorar sus sistemas educativos y podemos aprender de ellos. La falta de acción no es por desconocimiento, sino por falta de interés. Y si continuamos así, seguiremos siendo un país con bellas playas, pero con una educación que da pena.
Es tiempo de exigir lo que merecemos: una educación de calidad que prepare a nuestros jóvenes para el futuro. No es solo una inversión en nuestros hijos, es una inversión en nuestra nación y en el legado que dejaremos a las generaciones venideras. Pueblo dominicano, despertemos antes de que sea demasiado tarde.