Por Redacción
CRDmedia

La llamada “Operación Martillo de Hierro” ha sido presentada por Estados Unidos como un golpe quirúrgico a las ambiciones nucleares iraníes. Sin embargo, lo que ha dejado a su paso no es estabilidad, sino una mayor radicalización de Teherán y la percepción de que, lejos de prevenir una bomba, se ha sembrado la necesidad política y estratégica de construirla. Las declaraciones de Donald Trump celebrando el ataque como una “victoria por la paz” contrastan con el sentimiento que germina ahora en el liderazgo iraní: que la única garantía contra un nuevo ataque estadounidense es volverse intocable.
Este principio —“los que tienen armas nucleares, no los atacan”— no es nuevo. Corea del Norte lo ha demostrado de manera cruda y efectiva. Y si ese mensaje ha llegado con claridad a Irán tras los bombardeos, entonces la operación militar estadounidense no ha sido un freno, sino un acelerador hacia la senda más temida: la de la disuasión por capacidad nuclear.
Según un artículo de The Guardian, los ataques recientes a las instalaciones de Fordow, Natanz e Isfahán habrían retrasado el programa nuclear iraní apenas unos meses. Los expertos coinciden: la infraestructura puede ser reconstruida, y el conocimiento científico no puede ser bombardeado. Por el contrario, estas acciones pueden empujar a Irán a adoptar una postura aún más opaca, similar a la de India, Pakistán o Corea del Norte, donde el secretismo y la autosuficiencia nuclear sustituyen cualquier intento de supervisión o acuerdo multilateral.
El mayor peligro no son los misiles lanzados, sino el colapso definitivo de la vía diplomática. Desde que la administración Trump se retiró del acuerdo nuclear impulsado por Barack Obama (JCPOA), no ha existido una alternativa política real ni un puente que contenga la desconfianza mutua. Sin canales formales, lo que queda es silencio, especulación y riesgos calculados en laboratorios militares.
Mientras Trump levanta copas en Washington celebrando su “éxito estratégico”, Irán probablemente trabaja en silencio, tal vez bajo tierra, con uranio enriquecido que, según informes no confirmados, habría sido trasladado antes del ataque. Que ya no hablemos de Irán en la prensa internacional no significa que el peligro haya pasado. Significa, más bien, que la amenaza se ha vuelto silenciosa, más difícil de rastrear y mucho más peligrosa.
La historia ha demostrado que las bombas no desarman ideas, y que las agresiones militares no suprimen ambiciones, solo las reconfiguran. Abandonar la diplomacia es entregar el tablero y las reglas, y asumir que el juego se librará ahora en la oscuridad. Las consecuencias podrían tocar no solo a Medio Oriente, sino a la seguridad global.