Por Jeffrey Medina Rivas
Ciudadanía RD Media

En República Dominicana, cada dos días muere un trabajador a causa de un accidente laboral. El IDOPPRIL reportó más de 50 mil accidentes y enfermedades de trabajo en un solo año, una cifra que debería encender todas las alarmas. Frente a este panorama, la pregunta inevitable es: ¿estamos mirando en la dirección correcta cuando hablamos de prevención? Quizás el problema no siempre esté en la línea de producción, sino en el liderazgo del gerente.
El liderazgo en seguridad no se limita a aprobar presupuestos, colgar afiches o comprar cascos. Se mide en coherencia y en ejemplo. Cuando un gerente presiona a sus equipos para cumplir metas a cualquier costo, ignora los procedimientos o minimiza los riesgos, está enviando un mensaje claro: la productividad importa más que la vida. Ese mensaje, aunque no se diga en voz alta, termina instalándose en la cultura de la organización y guía las decisiones cotidianas de los trabajadores.
El Reglamento 522-06 sobre Seguridad y Salud en el Trabajo son explícitos: la alta dirección tiene la responsabilidad indelegable de diseñar, implementar y supervisar políticas preventivas. Sin embargo, con frecuencia estas obligaciones se quedan en papeles archivados y no en acciones visibles. El gerente se convierte entonces en parte del problema cuando omite supervisar, cuando actúa con incoherencia, cuando transmite presión indebida o cuando simplemente desconoce la normativa que debería cumplir.
La experiencia demuestra lo contrario también: cuando el gerente asume un liderazgo real, la prevención deja de ser discurso. Ese liderazgo se nota en las visitas al área operativa, en la escucha activa a los colaboradores, en el reconocimiento público de las conductas seguras y en la integración de la seguridad como parte de la estrategia de negocio. No se trata de priorizar la vida un día al año, sino de hacerlo todos los días, con cada decisión.
Los países que han logrado reducir sus índices de siniestralidad no lo hicieron solo con más inspecciones o sanciones, sino con un cambio de mentalidad en la alta dirección. Entendieron que la seguridad no es un gasto, sino una inversión estratégica que protege el activo más importante: las personas. En el fondo, cada accidente que ocurre revela fallas del sistema, y muchas veces ese sistema se debilita desde arriba.
Ningún trabajador debería morir por ir a ganarse el sustento, y ningún gerente debería dormir tranquilo sabiendo que su inacción o incoherencia pudo ser la chispa de una tragedia. La próxima vez que un accidente ocurra en la empresa, la pregunta no debería ser únicamente qué hizo mal el trabajador, sino también qué mensaje estaba transmitiendo el gerente.
