La verdad entre currículos mutilados y emperadores de la posverdad

 

Por Redacción
CRDmedia
La verdad entre currículos mutilados y emperadores de la posverdad

El currículo educativo dominicano, tanto en escuelas como en universidades, ha sido despojado de las humanidades como si fueran un estorbo. Filosofía, historia, literatura: todas relegadas a notas al pie de página. ¿El resultado? Una generación que sabe manejar software, pero no sabe manejar contradicciones sociales. Hemos perdido la capacidad de identificarnos en las luchas de clases, y por eso no nos sorprende que líderes como Milei o Trump hablen de libertad en campaña y luego, ya en el poder, se conviertan en administradores paternalistas y belicistas.

La ironía es grotesca: se proclama la vuelta de la religión a las aulas, mientras se celebra el hundimiento de “narcolanchas” en alta mar y el remate de sobrevivientes como si fueran piezas defectuosas de un sistema. ¿Dónde quedó la ética cristiana que tanto se pregona? Quizás en el mismo basurero donde arrojamos las humanidades. Como decía Sócrates, “una vida sin examen no merece ser vivida”, pero parece que hemos decidido vivir sin examen, sin reflexión y sin vergüenza.

Nuestros titulados de hoy, orgullosos de sus diplomas, no pueden distinguir las contradicciones de regímenes que hablan de libertad mientras administran privilegios para una clase que busca despojar de salud a los más indefensos. Platón ya lo advertía: “la opinión sin conocimiento es ignorancia”. Y vaya que hemos institucionalizado la ignorancia, disfrazándola de modernización académica.

Pero no todo el mal está en la derecha. El populismo, desde otras trincheras, se ha convertido en un monstruo que se alimenta de dádivas. Gobiernos que se perpetúan creando sociedades parásitas, asegurando votos cada cuatro años con nuevas “conquistas sociales”. Como diría Marx, “la tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos”. Y esa pesadilla hoy se llama clientelismo.

Este editorial no pretende ser simple ni digerible en un café de sobremesa. Es para quienes se atreven a sumergirse en el campo especulativo de la religión y la libertad, sin sucumbir a la comodidad de la posverdad. Hannah Arendt nos recordaba que “la libertad es el sentido de la política”, pero hoy la política ha convertido la libertad en un eslogan vacío, útil solo para campañas electorales.

La verdad, esa palabra tan manoseada, se ha convertido en un objeto de compraventa. Los intelectuales, que deberían defenderla, se acomodan en posiciones vanas y oportunistas. El caso de la niña haitiana en Santiago, Stephora Anne-Mircie Joseph, fallecida en medio de una excursión del Instituto Leonardo Da Vinci, colegio que estudiaba, es un ejemplo doloroso: fiscales y autoridades más preocupados por tomar café con los padres de los supuestos perpetradores que por esclarecer un crimen. La verdad se diluye en protocolos, mientras la justicia se convierte en un espectáculo de indiferencia.

Así, lo verdadero se convierte en mentira y la mentira en verdad. Los profesionales derraman su veneno frente al lente del celular o cámara al aire libre, en sus casas o en un estudio de TV por cable o libre, todo por unas monedas, por unas canonjías digitales otorgadas por los nuevos emperadores de la verdad: Elon Musk, Kevin Systrom, Mike Krieger, Mark Zuckerberg, Steve Chen, Chad Hurley y ByteDance, los caules pagan a influencers, opinólogos y políticos que han entendido que en la era de la posverdad lo importante no es lo que ocurre, sino lo que se viraliza. Como advertía Baudrillard, “la simulación no es lo que oculta la verdad, es la verdad la que oculta que no hay verdad”.

En este teatro de contradicciones, donde los currículos mutilan las humanidades y los gobiernos manipulan la libertad, nos queda la tarea de cuestionar. Cuestionar todo: la educación, la política, la religión, la justicia y hasta la verdad misma. Porque si no lo hacemos, seguiremos siendo espectadores pasivos de un mundo donde los emperadores de la posverdad deciden qué creer, qué ignorar y qué olvidar. Y lo harán con la misma ironía con la que nosotros aceptamos que la mentira es más cómoda que la verdad.

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Author: Redacción

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