Un contrasentido elocuente

Por Dr. Marino Vinicio Castillo R.
Ciudadania RD Media

Dr. Marino Vinicio Castillo R., presidente del partido FNP.

He observado siempre con interés cómo en las inundaciones y recrecidas de ríos se da el espectáculo de aparecer en cualquier tronco seguro muchos animalitos diferentes, unos junto a otros, sin reñirse como habitualmente lo hacen; aguardan que bajen las aguas y todo se normalice. Es el instinto de conservación obrando de forma conjunta y coyuntural para la salvación de todos ante los riesgos y peligros comunes.

La inundación, se podría decir, es una especie de breve armisticio o cese al fuego entre enemigos inmemoriales. Lo que resulta chocante es que los seres humanos tan bien dotados y favorecidos como estamos, de inteligencia y discernimiento, tenemos muchas dificultades para una armonía mínima ante las amenazas comunes que deberían llevar a la unidad pacífica, al menos en lo que pasa la tormenta; por el contrario, aumentan las beligerancias internas casi como regalo a los factores de daños propuestos, como si se quisiera con las disputas y enconos servir con nuevos vientos a las tormentas externas.

Entre nosotros se está dando el fenómeno de forma inverosímil; nos acechan grandes males y aumentan nuestros enconos, con mórbidos propósitos de autodestrucción.

Cada día que pasa se ve más claro cómo ha logrado la traición a la Patria minar la coherencia vital del pueblo nuestro hasta convertirlo en un desierto de conciencia, sin que importen los riesgos de su suerte. La traición ha logrado preparar un terreno propicio para que los embates de la Geopolítica no se perciban; ni siquiera la transformación de la composición de las fuerzas externas que conspiran contra la Patria parece inquietarnos y ahora las reyertas internas hacen las veces de caldo de cultivo de las maquinaciones finales.

En gran modo hemos tenido una cuadra de caballos de Troya y las circunstancias internacionales, tan críticas, se vienen a sumar al desconcierto: La realidad es que jamás hemos tenido un entorno regional tan peligroso como el actual. Y es muy triste comprobar que nuestros bríos sólo parecen servir para las disputas y desencuentros, en medio de una pérdida manifiesta de interés de reaccionar unidos contra la trama crónica.

Agréguese a ello que en ONU, como albergue de todos los designios antinacionales, ya se sienten obrando en mancuerna África y el Caricom, con sus temibles armas de votación de futuro acorde con los antiguos planes de fusión en la isla, haciendo provecho de los trastornos de un contexto mundial ensombrecido en sus guerras que constituyen la situación más amenazante y destructiva, no sólo de nuestra existencia como Estado Nación, sino como megapercance mundial.

Tenemos una diáspora creciente, de diseño bien calculado, que aunque se mantiene consecuente y solidaria con los que quedan, nos ha debilitado por la obvia pérdida del material humano que se nos fuera en ella; ahora, lo que hace es ilusionar la salida del resto, a como dé lugar, hacia otros lares de mayor desarrollo.

Todo ello es una desgracia enorme para nuestro pueblo; el siniestro quirófano está abierto para la cirugía mayor de amputación de atributos vitales que nos convertirían en puerto libre o zona de tolerancia para todas las falencias y vicios imaginables.

Están a la puerta y no se oyen las pisadas del doloroso desastre; nos desgastamos y las últimas energías las invertimos en las sórdidas disputas de poder del año ´24.

No hemos advertido el fuego en la quijada de las luchas por venir que se habrán de librar con voz fuerte ante los abusos y atrevimientos extranjeros. “Quien divide traiciona”, ha sido una inmemorial máxima; en nuestro caso, como pueblo, es donde mejor se revela su serio contenido de advertencia.

El título de esta entrega permite columbrar el grado de mi inconformidad, pues hemos estado por debajo del instinto de conservación de sapos, culebras, ciempiés, alacranes, ratones y otros más diminutos, que saben comportarse ante el peligro común en forma tan apropiada como la que señalo de inundaciones y ríos recrecidos. Nosotros, en cambio, envanecidos en la arrogancia, miopes, embarcados en la chismografía de “quién debe ser en el ´24”, “quién lo ha hecho mejor”, “quién debe convenir más”; todo bajo promesas de conductas ejemplares hacia futuro, una vez “llegaren, volvieren o permanecieren en el poder”.

La estupidez sería lo de menos, si se piensa en las magnitudes de los intereses vitales de la Patria que se comprometen con esas ausencias de responsabilidades de sus hijos para defenderla. De ahí surge la cuestión del contrasentido entre los irracionales precavidos y los racionales indolentes.

El fracaso del quehacer político está a la vista y los intereses creados que lo han mangoneado se han dedicado a acelerar su hundimiento, porque para ellos esa cuestión de Patria no cuenta, está demodé. La suya es el éxito del lucro, “sin importar esas preocupaciones ridículas” de mantener con honor eso de Estado Nación.

Duarte, humilde siempre, inmenso, Fundador de la República, lo advirtió como el luminoso enviado que fuera: “Vivir sin la patria es lo mismo que vivir sin honor”; escueta la expresión, pero hondo el presentimiento, porque siempre abominó de la traición.

Vamos llegando a cerca de dos siglos bajo palio de la independencia de la patria que soñara y sus admoniciones hoy es cuando mejor se aprecian, por mucho que se hayan empeñado en borrarlo de la historia, tildándolo de “cabecilla de élites”, “forjador de patria de muertos”. Duarte hoy vive más que nunca en el alma de esta tierra de tantos azares y es más que seguro que no serán pocos los que quedan para lavar las ofensas.

Sé bien que los puñados de siempre sabrán responder a los llamados como aquel de “Por desesperada que sea la causa de mi Patria, siempre será la causa del honor y siempre estaré dispuesto a honrar su enseña con mi sangre”. Y vuelvo al pensamiento del fundador luminoso.

Sin embargo, admito que siento algo que debe estar prohibido: el miedo de que la conjura de la traición logre coronarse con el vil auxilio de una comunidad mundial cada vez más desconcertada por las malignidades de los poderosos, de los que llamo el Leviatán de Davos, que por trágica fortuna parece ser desafiado por los pueblos que se niegan a morir como Patrias, en medio de tormentosos presagios de guerras apocalípticas.

Habrán notado ustedes que mis reflexiones de hoy tienen rasgos aparentes de divagación, de alarma inmotivada, quizás fruto del tiempo anómalo que vivimos; pero les prevengo de su error si así pensaren, pues lo que ocurre es que el inventario de los trastornos que padecemos es más escabroso de hacer por la razón de haber recrecido el peso y composición de las presiones geopolíticas. Es decir, lo que pareció ser la rutina de siempre en el cuido de nuestra independencia, dejó de ser el sobresalto de un nacionalismo emocionado y romántico para convertirse en una demoledora perspectiva de desaparición real de nuestra versión de Estado Independiente.

Son nuevos y mayores los peligros; se han incrementado los originarios riesgos fundacionales de perder los sagrados atributos de soberanía que tantos sacrificios costaran.

No. Lo de hoy es ya palpable como dura realidad y por ello las alarmas son tan dramáticas que podrían mover al error de apreciarlas como vacías alharacas, “aspavientos fantasiosos de nostálgicos patrioteros”.

Lo que se está viviendo es la agonía, no en ciernes, de nuestra Patria y se hace necesario elevar el llamado al rango de grito, porque vienen trotando sinsabores nunca vividos y los puñados de siempre tendrán tareas históricas de defensa sublime de sus destinos. No es una pesadilla lo que se ve llegar, ni menos una quimera la lucha. Son crudas durezas y debemos prepararnos para escribir páginas de gloria por la independencia en el Siglo 21.

Todo lo que vendrá será desafío y puesta a prueba de nuestro patriotismo. Es la hora que llega de las definiciones desesperadas y, en honor a la verdad, no hay tiempo más ventajoso que éste para deliberar acerca de esos sucesos brutales, de pretender borrarnos del cuadro de naciones para inscribirnos en engañosas versiones de tribus arrabalizadas, como lo sería el aberrante Estado Binacional que se proyecta, como abigarrado conglomerado sobre la isla de Santo Domingo, que sería siempre objeto de los peores desprecios.

En resumen, el peligro es grave realidad, ya. La unidad es meta esencial para la conservación del honor de ser libres. Y no es ofensa tomar el contrasentido de lo bien que reaccionan los “animalitos irracionales” y lo deplorable de la indiferencia de una parte considerable de hijos de esta tierra, ante la inminencia del desastre de supervivencia. No olvidemos a Dios, en ningún caso, como el aliado perpetuo que nos ha protegido siempre.

Ya para terminar, he meditado acerca del título, que mejor pudo ser: “Libranos del mal de las asechanzas”. Esto, porque lo que padecemos es de descuido, más que de indiferencia, por obra de una indefensión inoculada durante décadas al través de múltiples ardides y maniobras. Por ejemplo, el visado record que nos fuera otorgado desde el Norte, no ha sido otra cosa que un plan de recirculación de poblaciones. Las dos diásporas en rotación, luego de la Guerra Civil del `65, se emprendió formalmente como tarea y, seis décadas después, viene el remate de su aleve terminación, al través de invasión insidiosa, ya muy activa y abierta, buscando romper las fronteras jurídicas de la nacionalidad, de la identidad cultural, mediante el abatimiento de los símbolos y borradura de la historia, con sus héroes y mártires; comenzar así con el proceso de reputar la isla como refundible en un nuevo Estado, pero Binacional. Esto, pretendido como algo fácil y racionalmente factible, pese a lo demencial y torpe que tiene como proyecto.

Es sobre ese diseño meticuloso que se pretende sepultarnos como Estado Nación. Lo nuestro perdió la condición de trastorno migratorio desde hace mucho tiempo y devino en ocupación y suplantación de poblaciones con severas deformaciones de lo que hemos sido como Nación. La resistencia a que esas ignominias culminen con éxito será, pues, una epopeya numantina. Todas las alarmas deben ser disparadas, porque, si no se despierta plenamente, nos llevarán las corrientes de las peores desgracias.

Ya concluyo con mis preguntas de siempre: ¿Creen ustedes que mis reflexiones pueden alentar para las luchas o entienden que son muestras de un pesimismo deprimente? ¿Qué hacer en la hora? ¿Es inútil preguntárselo? ¿No es abrumadora la evidencia, tanto de la agresión, como de la traición? ¿Qué esperamos para organizar nuestras fortalezas de leyenda? Ruego al Señor, siempre providente, que no nos desampare en nuestros trágicos apremios de soberanía e independencia. Amén.

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Author: Redacción

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