Los últimos suspiros de “El Jefe”, el dictador Rafael Trujillo Molina

Los últimos suspiros de “El Jefe”, el dictador Rafael Trujillo Molina

Era un 30 de mayo de 1961 y a las 5:30 de la tarde de ese martes se comenzó a tejer el manto del hecho histórico que cubriría el cuerpo sin vida de Trujillo

Santo Domingo, RD. – Era su último día y, como muchos señalan era su costumbre, a las 5:00 a.m. ya estaba de pie el “Generalísimo”, Rafael Leónidas Trujillo, para caminar, sin saberlo, hacia el borde de un sendero que no se ve, pero al que todo ser humano llega: la muerte.

Era un 30 de mayo de 1961 y a las 5:30 de la tarde de ese martes se comenzó a tejer el manto del hecho histórico que cubriría el cuerpo sin vida de Trujillo y con el cual se pretendía abrigar a una República Dominicana que por tres décadas sufrió la frialdad de una de las dictaduras más temibles de América Latina.

Entre las 9:00 de la mañana y 5:15 de la tarde, el “Benefactor del Pueblo”, como se hacía llamar, desarrolló su última agenda como gobernante que incluyó visitas a la Base Aérea de San Isidro, almuerzo en el Palacio Nacional, su siesta regular y varias reuniones con funcionarios.

Un cambio inesperado

De acuerdo con los testimonios recolectados por Juan Daniel Balcácer en su libro “Trujillo: El Tiranicidio de 1961”, era regular que el dictador saliera los miércoles o jueves hacia su finca en San Cristóbal, por lo que uno de estos dos días eran los que esperaban los “conjurados” para realizar el ajusticiamiento.

Sin embargo, durante el desarrollo de las actividades de ese martes, Trujillo le comunicó a su estrecho colaborador Virgilio Álvarez Pina que en la noche se trasladaría a la Hacienda Fundación, una jugada que no preveía el grupo de acción y que los forzó a acelerar los planes.

“Debido a esa circunstancia fortuita por lo menos tres de los miembros originales del grupo de acción se vieron imposibilitados de participar en el tiranicidio”, subraya Balcácer.

El historiador señala, además, en su obra que el grupo de la avenida estaba conformado por “nueve personas que se distribuirían en tres vehículos”.

Tan pronto como pudo, Miguel Ángel Báez Díaz se comunicó vía telefónica con Antonio de la Maza quien a las 5:30 p.m. se dispuso a reunir a los “conjurados” y poner en marcha el temporizador que marcaría la hora final de Trujillo.

Las siguientes dos horas y media transcurren con las diligencias de los ajusticiadores para certificar la veracidad del viaje y conseguir las armas con las que llevarían a cabo el tiranicidio.

Sobre el armamento, un artículo publicado en 2011 por el periódico Hoy específica que el grupo de la avenida estaba equipado con por lo menos una pistola calibre 45, una escopeta Browning recortada calibre 12 y tres carabinas M-1.

Asimismo, el citado medio afirma que en unas declaraciones “inéditas” dadas al Procurador General de la República, en esa época, por Salvador Estrella Sadhalá, Roberto Pastoriza y Huáscar Tejeda, se menciona una pistola calibre 45 de reglamento, un revólver Smith and Wesson calibre 38 y una pistola Luger.

Trayecto sin retorno

Ya a las 8:00 de la noche, mientras el dictador se preparaba para salir a su habitual paseo desde la Estancia Radhamés, no sin antes solicitarle a su chofer Zacarías de la Cruz estar listo para partir a Fundación a su regreso, los conjurados también se alistaban pero para encontrarse con él y desviar su trayecto hacia el camino sin retorno.

En su salida Rafael Leónidas Trujillo visitó a su madre, Julia Molina, quien residía en la Avenida Máximo Gómez con México, donde actualmente está ubicada la Universidad APEC, y desde ahí se desplazó hasta la Avenida George Washington caminando de oeste a este hasta el Obelisco, acompañado por varios colaboradores.

En tanto, a las 8:10 p.m. de la Maza recoge a Pedro Livio Cedeño de la casa de Juan Tomás Díaz a quien fue a visitar para pedirle a Chana de Díaz la pistola de su esposo.

Posteriormente, Cedeño y de la Maza continúan su recorrido en busca de los demás miembros de la misión y Huáscar Tejeda espera por Roberto Pastoriza en su residencia para después dirigirse a la avenida George Washington para reunirse con Salvador Estrella Sadhalá, Antonio Imbert y Amado García Guerrero.

¡A sus posiciones!

A las 8:25 de la noche ya los conjurados estaban en la autopista con armas repartidas y distribuidos en tres vehículos.

De la Maza, Imbert, Estrella Sadhalá y García Guerrero compartían un carro Chevrolet que estaba estacionado enfrente del Coney Island de la Feria y tres kilómetros después se encontraban Tejeda y Cedeño en un auto Oldsmobile, mientras que en un Mercury aguardaba Pastoriza.

Y aunque Trujillo había indicado que tras su paseo partiría a la hacienda, por el contrario, pasadas ya las 9:15, decidió visitar nuevamente la base, “aviación”, y también a su hija Angelita.

Luego de finalizado el extendido paseo, Miguel Ángel Díaz, que acompañaba al “Jefe” en su recorrido, se reunió con su primo Juan Tomás Díaz, y este último en compañía de su hermano Modesto Díaz y Luis Amiama Tío se trasladó a la casa de su hija para establecer el “centro de operaciones” y esperar el desenlace.

Ante las súbitas acciones del “Generalísimo” que dilataban el suceso y aceleraba la impaciencia de los que esperaban desde hace una hora, Báez Díaz se apersonó para calmar la ansiedad de sus compañeros y asegurarles que faltaba poco.

La hora decisiva

Faltando 10 minutos para las 10:00 de la noche, “el chivo” abordó su Chevrolet Bel Air y al pasar por el teatro Agua y Luz, el carro se dejó ver por los primeros cuatro del grupo de acción que fingían una conversación trivial en el malecón.

Pasó el carro frente a ellos y de inmediato de la Maza, Imbert, Estrella Sadhalá y García Guerrero iniciaron la persecución en la que no le tomó mucho alcanzar el vehículo de Trujillo.

Con el disparo de Antonio de la Maza, a las 10:00 P.M., aproximadamente, el enfrentamiento había empezado y el certero proyectil impactó el cuerpo del llamado “Benefactor de la Patria”.

Zacarías, el chofer del dictador les respondió a los conjurados y durante unos 10 minutos un tramo de la George Washington se convirtió en el escenario de un hecho histórico forjado bajo una lluvia de balas acompañadas por el estruendo que anunciaba la salida de cada proyectil.

A las 10:10 de la noche, del martes 30 de mayo de 1961, ya el “jefe” estaba muerto.

Redacción
Author: Redacción

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