Superación. La venezolana, que entre motores y tuercas encuentra su felicidad, fue rechaza en la infancia, rebelde en la adolescencia y ha sido golpeada por la vida de muchas maneras. Ahora padece cáncer de útero, pero, aun así, luego de cada quimio visita su taller porque es ahí donde siente las buenas vibras.
La venezolana Alejandra Weter, esta mujer, mecánica de oficio, accedió a contar su historia, tanto detrás de las piezas de vehículos, como delante de ellas. Escucharla hablar con tanta fuerza deja claro que tiene madera para enfrentarse, no sólo a cualquier motor de vehículo que le toque reparar, sino al cáncer de útero que la ha llevado a hacer un aparte en su vida laboral.
Antes de tocar el tema de su salud, se le notó emocionada hablando de la profesión poco convencional que ejerce. De hecho, fue ese el motivo por el que este medio la contactó a través de Fred González, pero penosamente, realizando la entrevista, la joven, que también es la imagen de su taller en las redes sociales, decidió contar que recientemente fue diagnosticada con la terrible enfermedad.
Fue enérgica al llamar a las mujeres a no descuidar su salud. “Es importante que nos preocupemos y ocupemos porque cuando lo hacemos, puede que, si hay algún problema, tengamos tiempo para enfrentarlo y curarnos”. Alejandra está positiva y sabe que todo saldrá bien y que pronto volverá a estar de lleno entre motores y tuercas, donde, confiesa, se siente feliz.
Disfrazada de hombre
Alejandra tiene 32 años, y muchos de ellos los ha dedicado a realizar un trabajo que, hasta hace un tiempo, era exclusivo para hombres. “Eso sí, no fue fácil lograrlo. Me apasioné con esto cuando entré a trabajar a una tienda repuesto, ahí aprendí muchas cosas y me fui motivando. En una ocasión me pusieron a hacer un inventario y me encantó, no te puedo explicar lo fascinada que estaba con todas las piezas”. A esto le añade que trabajó en una estación de combustible, siendo esta labor también, un valor agregado para su definición como profesional de la mecánica automotriz.
Hoy recuerda con satisfacción su perseverancia y tenacidad en la búsqueda de lograr un empleo como mecánica. “Nadie creía en mí, y hasta tuve que vestirme de chico para ver si me daban trabajo en algún taller, y nada”. Pero un día conoció a Jorge, su hoy esposo, y este le habló sobre unas clases que estaban impartiendo para aprender a reparar motores y suspensión.
“Asistí a esas clases, y aprendí mucho, pero debo decirte que en mi país no existe un centro, un instituto o algo así para formarte de manera profesional en el área. Básicamente, lo que sé, lo he aprendido de manera empírica, con las enseñanzas de Jorge y de su hermano”. Al decir esto, la emoción se adueña de ella y no hay duda de que se siente orgullosa de lo logrado en el oficio que la apasiona.
Aunque Alejandra no le teme a enfrentarse al trabajo duro en la mecánica, su fuerte es la reparación de motores de Ford, Ford Explorer, y sobre todo de Mustang. “De hecho, tengo este carro modelo 2002, y no imaginas el dinero que he gastado en él. Llevo como cinco años armándolo, haciéndole el motor. Es un carro que amo, pero lamentablemente, tendré que venderlo”.
Esto la pone triste y, para alejarla de ese estado, se le preguntó cómo es el trato de los clientes con ella y si confían en su trabajo. “Al principio fue difícil, no creían que yo podía resolver el problema de su vehículo, me trataban como una ‘lava tuercas’, pero a algunos me encargué de demostrarles que sí sé lo que hago, y por ahí andan con vehículos que hace tiempo les arreglé”. Esta parte le llena de satisfacción, y se nota.
“Puede que por el cáncer ya no pueda parir, pero sí puedo ser madre”
“Ahora mismo estoy detenida y enfocada en mi salud. Estoy recibiendo quimio y radio por el cáncer de cuello uterino. Realmente, el proceso me hace sentir cansada, no siento la misma fuerza, pero no puedo despegarme de lo que me apasiona”. Lo dice dejando entre líneas que extraña enfrentarse a la reparación de grandes motores de vehículos y obtener resultados fabulosos para complacer a sus clientes.
Afortunadamente, tiene a su esposo Jorge de su lado, tanto en lo emocional como en lo profesional. Ambos comparten el mismo oficio y eso hace más fácil su ausencia en el taller en que los dos mantienen una sociedad.
Era necesario preguntarle sobre si tenían hijos. La interrogante fue desafortunada porque escuchar su respuesta fue devastador. “No tengo hijos, aunque sí perdí un embarazo de gemelos a los 19 años. Como comprenderás, ahora con todos los procesos a los que he tenido que enfrentarme por el cáncer, afectarán mis órganos y no podré concebir, aunque sí podré ser madre. Estoy abierta a la adopción, tal vez anda por ahí un angelito que quiera una mami que lo ame”. Lo dice con ternura y valentía, pero deja escapar una voz de melancolía.
Para ponerle un ‘stop’ de inmediato al sentimiento que tocar este tema le provoca, se apresura a decir: “Sé que puedo adoptar y que lo voy a hacer bien. De hecho, los animales que tengo en la casa los he tomado de la calle”. Con esto, jamás compara a un niño con una mascota, pero sí deja claro su nivel de compromiso con las responsabilidades que asume.
Sin afectar su feminidad
Alejandra, una mujer que sabe y se siente hermosa, no escatima esfuerzo a la hora de arreglarse y maquillarse para ir a su trabajo y, como se dice en buen dominicano, “fajarse” a reparar un motor. “Respondiendo tu pregunta sobre si este trabajo afecta mi feminidad, te puedo decir que para nada. Al contrario, he usado ese lado para darle ese toque especial al taller. Allí todo tiene que estar limpio, recogido, los muchachos están uniformados, y no tenemos ningún temor de que a un cliente se le ensucie su ropa en nuestro espacio”. Esto la hace sentir más femenina porque hace que se mantenga todo en orden.
Ella repite a cada instante que la mecánica automotriz es su pasión, y es ahí que surge la interrogante: ¿Ha debilitado alguien ese sentir con comentarios descompuestos o irrespeto? Rápido respondió: “Para nada. Sé lo que soy capaz de hacer, y lo he demostrado, aunque claro, hay quienes te enfrentan, se quejan, y no quedan conformes, pero al final se arreglan las cosas porque no somos perfectos”. Es realista en lo que dice y no niega que ha discutido y hasta “he querido…”, pero se controla y ofrece servicio buscando los mejores resultados.
Pero también hay clientes que la hacen sentir orgullosa de sí misma. “Recuerdo un señor que me dijo que quería que le arreglara su Mustang. No lo podía creer, esto fue de gran impulso para mí, valoré mucho la confianza depositada en mi persona”. La felicidad se desborda a través de sus palabras.
Como esta, muchas otras personas han confiado en lo que hace a través de una labor que comenzó en un pequeño taller en casa de Jorge. Allí trabajaban ellos dos y el hermano de su hoy esposo. “Luego nos fuimos expandiendo, y ahora mismo nos va muy bien porque respetamos al cliente, les mostramos las piezas que quitamos y ponemos, les facilitamos un espacio limpio, ordenado y tratamos de buscarle la vuelta. Como en todo, cometemos errores, pero lo solucionamos”. Lo dice con propiedad.
Relación con su familia
A Alejandra no le apena contar que fue “una niña rechazada”. Nadie quería salir con ella porque se portaba mal. Admite que quizás sus padres Juan Weter y Liz Herrera, por tener que trabajar para sacar a flote su familia, no le prestaban atención a su comportamiento y no le buscaron una solución a tiempo. “Eso hizo que sintiera que nadie me quería, no tenía amigos, y crecí así. En la adolescencia me puse rebelde, dormía en las plazas, y la pasaba muy mal”. Sacó de abajo, y hoy se siente orgullosa de lo logrado y ser ejemplo para otras mujeres.