El repetitivo método de trabajo que muchos hombres, jóvenes y hasta niños han adoptado durante largos años en la República Dominicana, el cual parece haber estado ahí desde siempre, consistente en esperar que los semáforos de la ciudad cambien a rojo y rociar sin autorización el cristal delantero de los vehículos para limpiarlos con sus propios medios, genera pocas reacciones positivas.
“Miedo. Eso es lo que uno siente desde que se le pega un limpiavidrios en la calle. Esa gente ni pregunta, se te tiran arriba y ya”, expresó con furor una conductora en la en la vía pública, dándole paso a una cita que se convirtió en recurrente entre diferentes choferes entrevistados por el Listín Diario.
Pánico, desesperación y enojo, son otras de las emociones que aparentemente corroen a los automovilistas cuando, independientemente de que lo haga con actitud positiva o negativa, un limpiaparabrisas se lanza sobre su auto para realizar su informal trabajo sin recibir el aval de ellos.
“Y tú le dices que no y no sirve para nada, siguen como que no es con ellos. Como que es obligado que tú tienes que dejar que te limpien. Mi hermano, si ya una gente le dijo que no, es que no”, alegó alguien mientras observábamos el momento en el que uno de los trabajadores informales intentaba desarrollar su mecánica de abordaje.
No hay tiempo para él “no, no lo limpies” sin que el limpiador deje su huella en el auto ajeno, por lo que se convierten en receptores de boches, malas ganas y momentos tensos que en muchas ocasiones no tienen el mejor de los desenlaces; como el más reciente caso avistado el pasado treinta y uno de enero cuando uno hirió a una transeúnte porque supuestamente no tenía menudo para pagarle.
Los regulan o los sacan
Ser limpiavidrios no es más que un “trabajo informal”. No tienen tarifa fija, ya sean veinticinco o diez pesos, están supuestos a recibir la cantidad de dinero que la gente esté dispuesta a pagar. En ocasiones incluso a no recibir nada y ver cómo los vehículos aceleran y pasan de ellos bajo el argumento de “yo no le dije que me limpiara”.
Sin horarios, vestimenta específica, ni nada que les permita ser identificados, se facilita que la inmensa cantidad de personas que viven de acicalar cristales de vehículos pueda cometer actos vandálicos, sin consecuencia, que satanizan ante la vista pública a todo su sector.
“Esta gente tienen que hacer algo (las autoridades), uno no puede vivir así. O que los regulen y pongan orden o que los saquen a todos. Es una zozobra de vida salir y toparse con un limpiavidrios”, estableció un conductor que además considera necesario que se tome una decisión en la que se piense en todas las partes ya que, “lamentablemente, ellos viven de eso y de ahí es que mantienen sus familias”.
Esta cita fue corroborada por Jorge Luis, un limpiador de veintitrés años que desde hace diez tomó la avenida Máximo Gómez como su parada y se mantiene a él y sus dos hijas de lo que diariamente hace ahí.
SEPA MÁS
Hecho de violencia.
El hecho violencia más reciente donde estuvo involucrado un limpiavidrios fue la pasada semana cuando una conductora fue agredida con una pedrada, provocándole una herida en la cabeza.
Policía investiga.
La Policía informó de inmediato que asumió las investigaciones en torno a la agresión de la joven en la calle Olaf Palme esquina Núñez de Cáceres, a la cual un limpiavidrios lanzó una piedra al cristal del vehículo que conducía y le ocasionó la lesión.