Jerusalén (EFE).- Al alba, el murmullo del rezo ortodoxo en el Muro de los Lamentos de Jerusalén es eclipsado por los vibrantes cánticos de un grupo de judías feministas que reivindica su derecho a rezar con los mismos privilegios que los hombres: en voz alta, con indumentaria religiosa y leyendo rollos de la Torá.
Enfundadas en mantos rituales bordados con flores y portando kipás de tonos arcoíris, decenas de integrantes de la organización Mujeres del Muro (WOW, por su sigla en inglés) llegan una vez al mes al lugar de culto más sagrado del judaísmo, desafiando el mandato ortodoxo.
Sus cánticos y oraciones, «que ninguna mujer o niña vuelva a ser silenciada en tu pueblo, Israel», resuenan melodiosa pero contundentemente entre los muros de piedra caliza de la plaza, a la que acuden portando la filacteria que utilizan los hombres judíos al orar.
Esto podría costarles seis meses de cárcel o una multa de 10.000 shekels (casi 3.000 dólares) si llegara a aprobarse un proyecto de ley del partido ultraortodoxo Shas, que busca criminalizar cualquier acto religioso en el Muro que no acate el canon ortodoxo.
«Lo que era un asunto religioso se ha vuelto político. La corriente ortodoxa tiene el monopolio en Israel para determinar qué se puede hacer y qué no en los espacios sagrados. No hay pluralismo religioso, no se toman en cuenta otras corrientes del judaísmo», como la reformista o la ortodoxa igualitaria, lamenta Sandra Kochmann, la primera rabina de corriente conservadora en su natal Paraguay.
«Llegas a Israel con el sueño de rezar en el lugar más sagrado y te dicen ‘tú aquí no tienes derechos, no sirves’», comenta a Efe esta integrante del Consejo de WOW, que en 2005 inmigró al Estado judío.
Religión versus democracia
La iniciativa de Shas -aliado fundamental del actual Gobierno de Benjamín Netanyahu, el más derechista de la historia de Israel- escandalizó tanto, que el propio primer ministro la rechazó, pese a que formaba parte de sus acuerdos de coalición con ese partido.
Estas contradicciones políticas son endémicas de Israel, explica Shlomit Ravitsky Tur-Paz, del Instituto para la Democracia de Israel.
Autoproclamado Estado judío y democrático a la vez, Israel necesita «por un lado, ser moderno y dar igualdad a las mujeres; y por el otro, conservar el estatus tradicional», explica.
Sin importar hacia dónde se incline la balanza, Anat Hoffman, que lidera a las 400 Mujeres del Muro hace más de tres décadas, no tiene miedo: «Estoy dispuesta a ir a la cárcel por rezar como lo hago», lanza.
En 1967, cuando Israel ocupó Jerusalén este, que comprende la Ciudad Vieja y el Muro de los Lamentos, el Gran Rabinato designó a líderes ultraortodoxos para mantener las «prácticas judías tradicionales» en este sitio sagrado.
Esto incluye que las mujeres recen separadas de los hombres, en silencio, de forma individual y sin portar accesorios rituales ni leer rollos de la Torá, las escrituras sagradas del judaísmo.
En cambio, los varones oran en grupo, micrófono en mano y con la indumentaria religiosa completa.
«Heroínas»
Aunque estas normas segregacionistas no son leyes, las Mujeres del Muro enfrentan abucheos, empujones e insultos cada vez que rezan en la plaza sagrada, por parte de hombres -y mujeres- ortodoxos que también acuden a orar.
«¡Construyan su propio muro en Tel Aviv!», les gritan, mientras son escoltadas por policías.
«Me han pellizcado, escupido, pateado, todo. Lo peor fue hace unos años, cuando nos arrebataron 40 libros de oración y los destrozaron frente a nosotras», cuenta Tammy Gottlieb, vicepresidenta de WOW, cuya voz gruesa y potente dirige frecuentemente los coros.
Integrado por escritoras, científicas, exmilitares o hijas de supervivientes del Holocausto de todas las edades y corrientes judaicas, incluso seculares, este grupo feminista comenzó a rezar de forma igualitaria en el Muro en 1988, sorteando la represión policial.
25 años y 50 arrestos después, la Justicia decidió en 2013 que estas mujeres no violan la ley y que la práctica tradicional del Muro debe interpretarse de forma pluralista.
«El Muro es el epicentro religioso ultraortodoxo de Israel, luchar desde ese centro de gravedad nos convierte en heroínas», estima Hoffman.
Su movimiento logró que sea legal para las mujeres portar el talit (manto ritual), los tefilín (filacteria) y rezar en voz alta. Pero todavía tienen prohibido leer rollos de la Torá.
«No hay opción»
El imponente Muro de los Lamentos está dividido en dos secciones, una -más grande- para varones y otra para mujeres.
En 2016, la presión de las Mujeres del Muro hizo que el Parlamento israelí aprobara el acondicionamiento de una tercera sección, pluralista e igualitaria, para que mujeres y hombres no ortodoxos recen a su modo.
Pero la objeción de los ultraortodoxos frenó el proyecto, y Netanyahu no tiene intención de reanudarlo.
«El statu quo del Muro de los Lamentos se mantendrá como está», advirtió ayer.
En protesta, WOW seguirá rezando en la sección femenil ortodoxa.
«No hay otra opción. No queremos vivir en un Estado en el que sea legítimo decirle a una mujer que se calle porque es mujer», recalca Gottlieb.