11 de Junio del 2021: “Las Sociedades Abiertas y Prósperas frente a las Guerras”

Dr. Pelegrin Castillo, 1er vicepresidente de la FNP, Ex ministro de Energias y Minas, y Ex diputado de la RD.

Francis Fukuyama en El Fin de la Historia, invocando el teorema de Doyle, insistió tras la caída del campo socialista, que entre naciones con economías de libre mercado y regidas por instituciones democráticas, era muy improbable que surgieran escenarios de conflictos bélicos, que la etapa donde las guerras marcaban el curso de la historia estaba llegando a su fin. En la misma línea de pensamiento Ton Freymand proclamó en el Innovación Vs Tradición, Lexus Vs El Olivo, que entre países donde existieran los emblemáticos Arcos de MacDonald era muy difícil la guerra, pues esas sociedades estaban dentro de los circuitos globales de consumo de masas, algo que tendía a abrirle paso a una especie de espíritu de pacificación universal. Por otro lado, es cierto que el potencial de destrucción de las armas nucleares ha tenido un gran impacto en la reducción de los riegos de otra guerra mundial, y que, más aún, la creciente interconexión de las economías las torna aún más difíciles. La razón de esa formulación era que los costos de una contienda violenta, sobre todo, en estos tiempos en que las armas tienen tanto poder destructivo, resultaban tan elevados que lo impedirían. No habría ganadores, y sí Destrucción Mutua Asegurada ( DMA), formula conque se explicaba el famoso equilibrio del terror durante la guerra fría. Las experiencias de los últimos decenios parecen avalar esa tesis. Pero es un hecho innegable que también esa tendencia ha tenido una influencia importante sobre la evolución de las formas y medios de participar en conflictos y guerras. Ese fenómeno que ha acompañado a la humanidad desde sus inicios, se ha metamorfoseado de tal manera, hasta el punto de que en el presente no resulta fácil de reconocer cuando se está inmerso en el mismo.

Es cierto que las naciones prósperas o con perspectivas de llegar a serlo, cuyas poblaciones adquieren hábitos de consumo estandarizados, burgueses o de lujo- que adoptan hábitos culturales relativistas, individualistas y hedonistas– , van perdiendo el espíritu guerrero, y se incrementa su horror al dolor y la muerte. Además, las sociedades democráticas, o las que pretenden serlo, están obligadas a tomar en cuenta las corrientes de opinión pública, y solo se deciden por la guerra, cuando está se les impone, o cuando, en principio, no existen mayores riesgos, los beneficios pueden ser atractivos y los motivos son o aparentan ser legítimos o idealistas. Estos últimos fueron los casos de la primera guerra del Golfo, en la que se formó una coalición para poner fin a la ocupación de Kuwait por el Irak de Saddam Hussein, y de la intervención de la OTAN en los Balcanes, en la que Estados Unidos empleó su poder duro para demostrar que podía ser el mejor soporte del Nuevo Orden Internacional.

Se repliegan, en cambio, cuando los costos políticos se escalan, porque los motivos y valores invocados son contestados por una parte de la sociedad, como sucedió durante la guerra de Vietnam, que se perdió más en los campos de batallas de la noticias y debates en televisión y las universidades de los EEUU. Aunque las grandes potencias democráticas puedan tener considerables posibilidades de desplegar un enorme poder militar al entrar en guerra, por la dotación de recursos que pueden movilizar, al comienzo, aunque las amenazas sean evidentes, son renuentes o vacilantes en hacerlo, salvo que sea inevitable, reaccionando solo a las agresiones. Los ataques terroristas del 9 de Septiembre del 2001 han llevado a los Estados Unidos a librar una guerra asimétrica global contra el fundamentalismo islamico que perdura hasta nuestros días, convirtiéndose Afganistán en el primer escenario de la misma.

Asimismo, la historia demuestra que las democracias avanzadas y consolidadas, como sociedades abiertas regidas por sistemas poliarquicos, tienen un proceso de toma de decisiones más lento y complejo. Por eso mismo, se tornan más vulnerables a las influencias de sus rivales, que, en cambio, tienen mayor capacidad de neutralizar o influir en las políticas de estás. Un ejemplo paradigmático fue la gran fuerza de penetration y seducción que llego a tener el movimiento nazi y el discurso supremacista de Hitler entre las elites inglesas y norteamericanas, reforzado, en cierta forma, por el temor al avance de la revolución comunista en el mundo : desde el rey Eduardo VIII y parte de su entorno en el Reino Unido, hasta el magnate Henry Ford, quien apoyó con sus medios las posiciones antisemítas y progermanas. También alcanzó una enorme influencia el American First Comitte, que se había propuesto fundamentalmente aislar a los Estados Unidos de otro conflicto europeo. El vocero más connotado de ese influyente movimiento fue un gran héroe norteamericano: Charles Limbergh. Obviamente, la comunidad de norteamericanos de origen alemán contaba con millones de miembros.

Todo eso incidió sin dudas en la incapacidad de percibir el peligro del expansionismo militar y el totalitarismo nazifascista que estaba incubándose. En el caso del Reino Unido y Francia, solo cuando se traspasaron todas las líneas críticas- reocupación de Renania, Anchluss de Austria después del asesinato de Dolffus, la anexion a pedazos de Checolovaquia, y finalmente, la invasión a Polonia-, y el espíritu indomable de Winston Churchill levanto la determinación de lucha del pueblo ingles, las democracias fueron a la guerra en Europa y sus dominios del mundo. Churchill relata en sus memorias: el efecto que tuvo en Alemania nazi la carta pública que enviaron en 1938 los estudiantes de las universidades elites británicas en contra de todo lo que pudiera considerarse preparativo para una nueva guerra: fue recibido como una señal de la falta de voluntad de luchar y defenderse, y sobre todo, como señal de decadencia.

En otro sentido, uno de los problemas de las sociedades abiertas para enfrentar el reto bélico con potencias rivales es la facilidad con que son penetradas por los sistemas de espionaje o agentes de influencia de sus contrarios. Marc Ferro refiere que al abrirse los archivos de la desaparecida URSS se pudo comprobar que el flujo de información que recibía Stalin de lo que acontecía en los EEUU, de parte no solo de espías, ( 222 agentes bien posicionados) sino de colaboradores política e ideológicamente identificados, era muy superior en cantidad y calidad, que los que recibía Frankill D Rossevelt de lo que sucedía en el Kremlin y toda la esfera sovietica. Ya concluyendo la segunda guerra, en torno al Presidente Norteamericano se encontraban tres asesores del más alto nivel que eran Ojos de Moscú. El Vicepresidente Wallace declararía años después que si Roosevelt hubiera muerto antes de 1944, tenia previsto nombrar a “dos ojos de Moscú”, sin saberlo, como Secretarios del Tesoro y de Estado. Apenas existía el OSS, organización predecesora de la Agencia Central de Inteligencia( CIA). Todo eso explicaría la histeria de cazar espías de la primera etapa de la Guerra Fría, particularmente, durante la década de los cincuenta, que terminaría en el fenómeno del maccartismo.

Las guerras con frecuencia tienen un acontecimiento que determina nítidamente su comienzo. Por ejemplo, el asesinato del Archiduque Francisco Fernando y su esposa la condesa Sofía-por parte de un grupo terrorista serbobosnios de la Mano Negra-, se tiene identificado como el hecho decisivo a partir del cual todo el sistema de movilización de tropas y alianzas volvería inevitable la guerra entre las naciones y los imperios. La mayoría de los contendientes, sin embargo, tanto en los planos del liderazgo político y militar como de los jóvenes conscriptos marcharían al combate, con un espíritu deportivo, creyendo que sería una experiencia corta y poco sangrienta. La utopía socialista de que la unidad de la clase obrera a nivel internacional se opondría con eficacia y neutralizaría el fervor nacionalista y patriótico, se deshizo con hechos tan conmovedores como el asesinato del líder socialista francés Jean Jaures. Pocos pudieron imaginar en ese momento como esa cruel y prolongada guerra impactaría el mundo hasta nuestros días. La razón de tanta desaprensión era que estuvo precedida de un largo periodo de optimismo, donde el evento bélico más vivo en la memoria colectiva-la guerra Franco Prusiana de 1870 – había acontecido cuatro décadas atrás, y en cambio se había alcanzado tanto un formidable proceso de globalización como grandes invenciones y descubrimientos, que permitía ver el futuro sin preocupación, como una continuidad de progreso lineal e interminable.

Pero no siempre es fácil poder establecer para todos cuando inician una gran guerra. Cuando los japoneses invadieron Manchuria en 1931, un estadista chino clarividente, el general Chaing Kai-Sek, escribió en su Cuaderno Memoria: “ Los militaristas japoneses han tomado las riendas, y no se detendrán hasta que hayan ejecutado sus planes de conquista; aún así ya no habrá paz en Asía Oriental. Con esta agresión a China ha empezado la Segunda Guerra Mundial. Me pregunto si los hombres de estado del mundo son conscientes de ello”. Para los europeos que habían desairado en el Tratado de Versalles tanto a China como a Japón, era un conflicto remoto, entre pueblos asiáticos inferiores.

Pocos años después, en la misma Europa, el estallido de la guerra civil española, generó una enorme confusión que presagiaba lo que vendría: la política inglesa de no intervención frente al conflicto, que arrastró al gobierno francés del Frente Popular de León Blum- que consideró inicialmente respaldar la República española con el envío de armas-, no fue correspondida por Italia y Alemania, que pasaron a ver en España un campo de prueba de sus armas, sus asesores y tácticas militares y su poder en ascenso. Estados Unidos no se implicó, siendo consecuente con su tradición de aislamiento, mientras Stalin lo hizo, como explica el historiador Antony Beevor, más forzado por las campañas de presión de Trosky, que podían menoscabar el apoyo de los comunistas europeos, y ademas, en forma muy medida, para no enajenarse el apoyo británico, a la vez que se evitaba irritar a los alemanes que ya respaldaban el alzamiento nacional. Más adelante pediría a cambio el envío del oro español en manos de la República:…El Comintern sofrenaría al Partido Comunista Español y a los otros grupos más radicales que sustentaban la República. Muchas fuerzas de izquierda en Europa sintieron que la República española había sido traicionada, cuando en realidad lo que acontecía era que en cierta forma España se había convertido en la antesala de la Segunda Guerra, donde se enfrentaron las dos visiones políticas e ideológicas antagónicas más radicales. Inglaterra y Francia, por distintos motivos que tenían que ver son su unidad interna y con estrategias diplomáticas, no estaban en condiciones de tomar partido. Sin embargo, pocos años después, este hecho incidiría favorablemente en la estrategia británica de evitar el alineamiento de España con las potencias del Eje, intentado por Hitler en la reunión de Hendaya. Muchos generales del régimen franquista que se oponían al grupo que encabezaba Muñoz Grandes el jefe de la Legión Azul, estaban influidos por el magnate Juan March, que a su vez tenia tratos secretos con la inteligencia británica.

Cómo era natural, para las potencias europeas, muy centradas su visión eurocentrista, el comienzo oficial de la Segunda Guerra fue la invasion alemana a Polonia, y aún así, los primeros meses de ese período de la guerra se conoció como la guerra de mentira. La historia de todos los tiempos demuestra también que a diferencia de lo que sucede con las potencias que son a la vez sociedades abiertas, las potencias regidas por sistemas de gobierno autoritarios o totalitarios, tienen mucha más propensión de ir a la guerra para desafíar un orden internacional que consideran ilegítimo, o que impide la realización de sus intereses nacionales o imperiales, y su proceso de resolución es más expedito y dispuesto a asumir riesgos, como demuestra Ian Kersaw en su célebre obra Decisiones Estratégicas.

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Author: Redacción

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