La escuela, en la dinámica permanente entre los sujetos que allí se vinculan, debe convertir en “oportunidades para aprender” las cuestiones, problemas y conflictos que en ella se generarán.
Por JULIO LEONARDO VALEIRÓN UREÑA
Ciudadanía RD Media
La escuela es la institución social que tiene el propósito explícito de formar de manera integral a las nuevas generaciones a fin de colocarlas en el mundo en que viven y puedan desarrollarse como personas responsables y autónomas. Ese fin está plasmado en la Ley General de la Educación 66´97 como en la Constitución (la Carta Magna). Mientras la Ley en su artículo 4, inciso a) dice: “… cada persona tiene derecho a una educación integral que le permita el desarrollo de su propia individualidad y la realización de una actividad socialmente útil, adecuada a su vocación y dentro de las exigencias del interés nacional o local, sin ningún tipo de discriminación…”, la Constitución en el art. 63, señala: “Toda persona tiene derecho a una educación integral, de calidad, permanente, en igualdad de condiciones y oportunidades, sin más limitaciones que las derivadas de sus aptitudes, vocación y aspiraciones.” En el acápite 1 de ése mismo artículo además especifica que esta educación “debe orientarse hacia el desarrollo de su potencial creativo y de sus valores éticos.” Es obligación del Estado garantizar que la escuela cumpla con dicho cometido.
¿Qué significa entonces, desde esta perspectiva, hablar de una escuela del cuidado? A la escuela la definen las múltiples relaciones que en ella se generan día a día. Relaciones que envuelven a estudiantes, docentes, personal administrativo, como incluso, la propia familia. Ese conjunto de relaciones tiene un propósito fundamental, crear las condiciones para que todos los niños, niñas, adolescentes y personas jóvenes adultas, aprendan y lo hagan en el sentido que señalan la Ley General de Educación y la propia Constitución. En los documentos curriculares se especifican siete competencias fundamentales que, al desarrollarlas en todos los niveles y grados, procuran responder a dicho reto, y estas son las competencias ética y ciudadana, la comunicativa, las del pensamiento lógico, creativo y crítico, la de resolución de problemas, la científica y tecnológica, y finalmente, la ambiental y de la salud. Estas competencias se suponen atraviesan medularmente a todos los niveles en que se organiza el sistema. Hace casi 30 años, Delors, en su extraordinario libro “La educación encierra un tesoro” planteó lo que se llamaron los cuatro pilares de la educación hoy: Aprender a conocer, aprender a hacer, aprender a convivir y aprender a ser.
Para alcanzar esos propósitos y no ninguna otra cosa es que debe estar organizada y gestionada la escuela. La escuela puede reproducir la inequidad social o constituirse en la prefiguración de una nueva sociedad. Ése es el tema que nos ocupa.
Cuando hablamos de una escuela del cuidado, lo hacemos desde un enfoque ético que precisamente pone su énfasis en la importancia de las relaciones interpersonales, a fin de alcanzar los propósitos antes señalados, desarrollando entre otras cosas, un clima de respeto, responsabilidad y compromiso con los demás. La ética del cuidado es el marco que debe guiar todas las relaciones que se generan en la escuela. Relaciones entre estudiantes, docentes, padres y personal educativo. Su premisa fundamental es su responsabilidad de proteger el bienestar físico y emocional de todos sus integrantes, de manera muy especial, aquellos que están en condiciones de mayor vulnerabilidad.
¿Cómo se pueden caracterizar estas relaciones desde la perspectiva de la ética del cuidado en la educación?
Las relaciones entre docentes deben estar enmarcadas dentro del concepto de colegialidad, es decir, la calidad del vínculo entre pares que de manera coordinada y colaborativa trabajan con un fin u objetivo en común y es que todos los estudiantes aprendan y se desarrollen en un ambiente sano y positivo. La relación entre el docente y el estudiante, por su parte, debe permitir el establecimiento de relaciones auténticas y empáticas de los primeros con los segundos, lo que supone comprender sus necesidades y características, y a la vez, estar en actitud de dar respuesta a sus necesidades académicas, como incluso de apoyo emocional.
Por otro lado, la ética del cuidado supone además la necesidad de promover un clima seguro y acogedor positivo, en que los estudiantes perciban como sujetos que aprenden en el sentido propuesto por Delors; un ambiente que les motive a responder antes las altas expectativas que se tiene de ellos, al mismo tiempo que se perciban y sientan respetados y valorados. Es imprescindible también desde la óptica de la ética del cuidado, comprender y asumir la diversidad de los sujetos como principio pedagógico fundamental, de esa manera, entender que los ritmos de aprendizaje son particulares de los sujetos (recordemos la zona del desarrollo próximo y potencial de Vigostky), lo que obliga a estructurar los enfoques, a fin de atender estas diferenciaciones.
Ante tales retos se hace imprescindible, un ambiente continuo entre los docentes, de reflexión e intercambio de experiencias que les permita construir una sabiduría colectiva guiada con propósito. Es decir, una comunidad docente que aprende día a día en la dinámica que supone el arte de enseñar que será al mismo tiempo, el arte de aprender a ser mejores maestros.
En el Modelo de Gestión para la Calidad de los Centros Educativos se señala, a propósito de la escuela como comunidad de aprendizaje, lo siguiente: “la escuela es una comunidad humana organizada que construye y se involucra en un proyecto educativo propio, para educarse a sí misma, a sus niños, niñas, jóvenes y adultos, en el marco de un esfuerzo colectivo, cooperativo y solidario, basado en un diagnóstico, no solo de sus carencias sino, sobre todo, de sus fortalezas para superar tales debilidades”.
¿Qué supone una ética del cuidado entonces?
La época que vivimos es muy compleja, pues además de los cambios abruptos que se vienen generando día tras día en el orden político, social y económico, el desarrollo tecnológico y sus aplicaciones en la vida cotidiana nos están reconfigurando, sin mucha certeza aún, el sentido de la sociedad a que nos avocamos.
En esa nueva realidad que emerge, hay dos cuestiones que la escuela guiada por la ética del cuidado no debe soslayar, la primera tiene que ver con la moral y la segunda con la ética en sentido general. Constructos que, aunque relacionados, guardan diferencias importantes. Mientras la primera hace referencia a las normas, valores y principios que deben regir el comportamiento de las personas en la sociedad, la segunda se enfoca hacia el estudio y reflexión sobre la primera, procurando establecer principios universales orientadores del comportamiento humano. De esta manera, la ética deberá permitirnos responder preguntas del tipo “¿qué es lo correcto?” o “¿cómo deberíamos comportarnos o actuar en una situación determinada?”.
De ahí que la escuela, en la dinámica permanente entre los sujetos que allí se vinculan, debe convertir en “oportunidades para aprender” las cuestiones, problemas y conflictos que en ella se generarán. Las normas, como los valores y principios deben estar muy claros, conocidos y asumidos por todos; la ética del cuidado, por su parte, deberá guiar la reflexión y la deliberación, permitiendo así ir construyendo nuevas maneras de ser y de ver el mundo, y con ello, de prefigurar nuevas relaciones humanas basadas en el respeto, la dignidad, el compromiso y el bienestar de todos.
La escuela debe entenderse a sí misma como proceso y como tal, organizarse a fin de ir construyendo desde la perspectiva de la ética del cuidado, las respuestas que la dinámica de las relaciones que en ella se suscitan le plantean a cada momento, sin que ello suponga la pérdida del sentido de su misión y función de educar integralmente a las nuevas generaciones.
Invito a los educadores, en primer lugar, como también a las familias, técnicos y autoridades educativas, a los especialistas y todas aquellas personas que se sientan en la actitud de que es posible una nueva escuela, a reflexionar juntos, y juntos, construir nuevas esperanzas desde la ética del cuidado.