Por Fladdy Cordero
Ciudadania RD Media
Han pasado meses sin noticias, desde ese día que anuncio que iba de viaje. Desapareció, así como llego, como relámpago en noche de lluvia. Solo tengo de ella, varias llamadas en privado, he navegado por horas en las redes y no encuentro señales nada que la relacione, aunque la busco en banda ancha. Mi desesperación solo tiene el consuelo de los breves segundos del restaurante aquel, donde la llamada interrumpió lo que tal vez pudo ser un final de nudos de cuerpo y susurros cómplices. Recuerdo su vestimenta, su sonrisa y la arquitectura corporal, que no puedo ser diseñada por el frio corte de un cirujano, sino moldeada por las latas de agua en la cintura para llenar tinajas y tanques, por trabajos del día a día, que compensaron la gracia de su nacimiento. Ah! y su sonrisa que, si la tuviera la Mona Lisa, esa pintura más que duplicara de su valor actual, que no se cuento vale, debe ser mucho, muchísimo como habría dicho Pai Roro, una loma de pesos que no la brinca un chivo.
En la espera el calendario ha perdido sentido, mil ideas han nacido, que si las hubiese escrito fueran más palabras que en 100 años de soledad, las fantasías en mis ideas, más mágicas que las fantasías de García Márquez. Desesperado, mi último recurso fue ir donde El Niño, un experto en computadora, a pedirle que tratara de descifrar el número de las tres llamadas en privado que guardaba en mi celular, él al explicarle mi urgencia casi a grito se sentó, conectó mi celular a su computadora y de inmediato en la pantalla aparecieron dibujitos para mí y luego de unos minutos armó de esos dibujos el número de celular que aparecía en privado, lo copio en un papel y me entregó el celular y el papel sin decir palabras.
Para mí, en ese momento, el papel con el número era más importante que mi celular donde guardo fotos, otros asuntos y más de mil contactos. Sin dar las gracias, salí, y emprendí la escapada, como si llevara el tesoro real y sin darme cuenta estaba en un apartado rincón en la playa. Dude como marcar, sin en privado o mostrando el número, después de tres segundos, marque directo, tres timbrazos, cuatro, cinco y…una voz, no era la de ella, era una voz muy juvenil, quizás una niña e interrumpí la llamada.
Espere acompañado del vaivén casi mágico de las olas, sin despestañar por cuarenta y tres minutos y dos segundos, volví a marcar, esta vez lo hice en privado y al primer timbrazo escuche su voz, ese sonido mágico, no solo me hizo comprender que era ella, sino que mi enmudeció por un breve tiempo hasta que dije: Hola y -ella- respondió Hola, ¿quién llama?, conteste Yo. Ella interpeló ¿Quién es yo? sudé, como cuerpo debajo de la ducha, no me reconocía y repetí, como un idiota…soy yo. Entonces ella rio a carcajada y dijo: llegué tres días después de haberme ido, con la decisión de no volver por ti, por favor olvida lo que dije, en unos días de locuras y cerró su celular. Rompí el papel que contenía su número de celular, borre las llamadas que hice y las otras llamadas en privado registradas e inicie el regreso de la playa, conducía tan torpe que varios conductores me tocaron claxon, en ese momento olvidé que aquí le decimos bocina, simplemente y algunos motoristas me gritaron “viejo avanza”, está impidiendo el tránsito, esos y otros gritos no los escuche hasta llegar la casa, sentarme junto a la nostalgia y escuchar a Aute.