Por José Ricardo Taveras Blanco.
Ciudadanía RD Media
Leyendo el último Boletín Informativo del Poder Judicial veo una nota en la que el presidente de la Suprema Corte de Justicia, Magistrado Luis Henry Molina, anunciaba una drástica reducción de la mora judicial, concepto con el que se aborda el histórico atraso de los fallos en nuestro sistema de justicia, el cual bajó de un 70 a un 46%, créanme que al leerlo me animé a felicitarlos, para lo cual me disponía a redactar un twitt, porque indudablemente la mora ha sido, y como vemos sigue siendo, un grave problema que sin dudas viene siendo enfrentado por vehementes llamados de su liderazgo a domeñarlo, sin embargo, tan pronto lo pensé me asaltó la reserva del usuario adolorido, razón por la que pospuse mi felicitación para transferirla de un twitt a esta nota, porque si bien esa lucha merece el estímulo del reconocimiento también amerita reflexiones para que sea abordada de una manera integral, existe una vertiente de mora judicial que no se aprecia porque ésta se evalúa a partir de que los expedientes judiciales quedan en estado de ser fallados, sin embargo, en esas estadísticas no se aprecia lo que prefiero denominar mora procesal jurisdiccionalmente consentida.
Con todo respeto, entiendo que es propicio aprovechar la voluntad transformadora que se aprecia en el sistema de justicia para que comience a ser invitado a mirar con detenimiento algunos aspectos vitales que siguen afectándolo y que deben ser objeto de su elevada atención:
1. La justicia no está a salvo de los estragos del déficit estructural de la educación en República Dominicana, con lo cual no me refiero únicamente a la educación primaria, sino a la educación en general, incluido el deplorable e inexplicable caos de la educación superior, realidad que debe ser obligatoriamente enfrentada a través de constantes programas de educación continuada, pero a niveles en que incluya en algunos casos hasta lectura comprensiva fundamentalmente con el personal de apoyo. Nadie duda de que resulta positiva la implementación de la Escuela Nacional de la Judicatura y que, en medio de la crisis educativa que nos impacta, sea de donde sea que vengan hemos logrado jueces de lujo en muchísimas jurisdicciones, paradigmáticos, acuciosos e íntegros, entre ellos algunos maestros de gran relevancia, pero, en muchos casos se nota muy a flor de piel el vacío desde el cual, no solo vocifera la ausencia de discernimiento, sino también la confusión de que la autoridad que se tiene debe ser ejercida con petulancia y desprecio, cuando en realidad se trata del ejercicio de un poder llamado a ser ejercido desde un meticuloso y sincero silencio centrado en escuchar con humildad y donaire, lo que no quita que el carácter se estampe, pero a través del fallo lógico y razonado, el cual debe constituir una auditoría meticulosa del proceso de la que debe destilar por lo menos el afán de atarse a los principios jurídicos que le deben servir de cause.
2. La lucha contra la mora judicial es legítima y nos sentimos estimulados a aplaudirla como de hecho lo hacemos, sin embargo, en general y sin generalizar, muchos jueces han ido aprendiendo a fallar rápido, pero, más comúnmente de lo que debiera la prisa es plebeya, a veces resulta generalmente irritante la mala calidad del fallo, tal vez muy oportuno en términos de evitar la mora bajo el imperativo del calendario pero no del derecho, esa prisa suele ser jurídicamente deficiente e insostenible, de ahí que también han aprendido a hacer de cualquier cosa un fallo que sirva a sus estadísticas pero que en nada aportan a sus legados como jurisprudentes, con la agravante de que incrementan enormemente el trabajo de nuestra Corte de Casación que se la debe pasar enmendando disparates extremadamente bien sentados.
3. Como Orteguiano que me siento ser huyo como el diablo a la cruz de los especialismos, por eso ejerzo en varias materias, conforme al maestro y a otros grandes pensadores como Rodó, la especialización conduce una visión tubular de la vida y del ejercicio de las diferentes disciplinas académicas y científicas, sin embargo, como casi todo en la vida ese concepto no es absoluto, no deja de ser interesante que en el ámbito del servicio público existan componentes de carrera especializados, como resulta ser obvio en el ámbito de las ciencias jurídicas. De ahí que, si bien entiendo que los jueces deben tener una formación jurídica lo más integral posible, también entiendo que el desarrollo de su carrera debe ceñirse, en principio, al ámbito de la especialidad en la que ejerce sus funciones, preferiblemente y sin que esto se asuma exegéticamente.
No quisiera cuestionar aspectos positivos que indudablemente tiene la movilidad tan expedita que ha promovido el desarrollo de la carrera judicial, pero observo que no ha contribuido a fraguar con solidez los servidores judiciales en procura de un mayor peso específico, cuando apenas comienzan a dominar la función que se les ha asignado se les promueve o traslada con una facilidad pasmosa, pero lo peor no está ahí, el tema fundamental es cuando se promueven o trasladan de una especialidad a otra solo porque están en el escalafón y les toca, lo cual parecería justo laboralmente pero lesiona el sistema, tanto, que he escuchado hablar de recursos humanos de gran valor e integridad que prefieren abandonarlo antes de servir en áreas que no dominan. La movilidad debe estar inspirada en un balance que no olvide que la presencia de los recursos humanos que sirven el sistema tiene su leitmotiv en que sea eficaz, es fuerte por ejemplo asistir a una corte en materia civil con un interviniente forzoso emplazado que no comparece, a pesar de lo cual se le cita a audiencia, no asiste y por vía de consecuencia no presenta conclusiones y que frente a ese cuadro la presidencia de una sala de corte advierta que al ser primera audiencia se le debe respetar el debido proceso y que hay que darle una oportunidad en un procedimiento que dice claramente lo que hay que hacer, es obvio que se trata de un pez fuera de sus aguas en el mejor de los casos, y eso, aunque no lo parezca, provoca mora judicial a través del embotellamiento del proceso, créanme que eso es más común de lo que parece.
4. ¿Qué podemos decir del uso y abuso de la acumulación de incidentes? Es cierto que la mala calidad en la formación académica combinada con la falta de escrúpulos de muchos abogados hace de esta instituta una herramienta necesaria, en procesos de primer grado resulta muchas veces indispensable para enfrentar malas prácticas, sin embargo, cuando las cortes enfrentan recursos inadmisibles a todas luces es extraño que asuman una política que frene la chicanería, acumulan y someten el proceso a la pérdida de más de un año de desvaríos para finalmente terminar en lo único que podían hacer, declarar esos recursos inadmisibles. Pongo el ejemplo en lo civil, sin embargo, que hablen los abogados si es cierto o no que pasa en casi todas las materias, y eso, que nadie lo dude, le podríamos llamar perfectamente mora procesal jurisdiccionalmente consentida.
Para no abrumarles, me limito a cerrar aquí esta nota pero no sin antes decirles que las secretarías y las ayudantías de los jueces deben ser objeto de observación y ponderación para su mejoramiento a través de la educación continuada, personalmente me resulta claro que algo que fue concebido para agilizar el sistema, si bien viene haciendo aportes en la “agilización” de los fallos no deja de ser un grave problema, resulta fácil darse cuenta cuando una sentencia es hija de la rutina que conduce al fallo por formularios, de jueces que abrumados no supervisan adecuadamente el trabajo de sus ayudantes y los suscriben sin control de calidad, lo cual sobrecarga las cortes y la propia Suprema Corte con temas que debían ser resueltos por vía de simple administración judicial, eso por no abundar.
En conclusión, esta nota no pretende ser un ejercicio ácido que desmerite los ostensibles esfuerzos que se vienen haciendo para mejorar la justicia y sus indudables avances, es un reconocimiento pero al mismo tiempo una observación reflexiva y honesta, con la ilusión de que ayude a que los administradores de justicia se pongan en el pellejo de los usuarios y asuman un diálogo interno que colabore con la superación de una cultura de reenvío inocuo de deberes que atenta contra las aspiraciones de superación que se expresan en el esfuerzo de cientos de jueces abnegados, pero también de otros cientos anegados en una pesada cultura en la que, si bien avanzamos en cantidad, a veces retrocedemos en calidad.