Por Carmen Imbert Brugal.
Ciudadanía RD media

“Dulcísima cosa el mandar y ser obedecido”, le dice el duque a Sancho antes de que este asuma el gobierno de la ínsula Barataria. Porque es y ha sido así. Mandar es dulcísima cosa y “es bueno mandar, aunque sea un hato de ganado” como imaginaba el escudero.
La Constitución de la RD avala el presidencialismo a pesar de subterfugios, de órganos autónomos, de independencia, de los derechos de ciudadanía, sin uso, que sirven solo para lectura y comentario.
El poder presidencial se impone con y sin mandarria. Con peroratas que aluden y apuestan a la participación, con la ilusión de doblegar la voluntad del supremo, que a veces cede sin desmedro de las propiedades del bambú, enhiesto a pesar de las tempestades.
Las atribuciones del presidente y la manera de ejercerlas demeritan la división tripartita de los poderes. No funciona la separación cuando la mayoría responde y corresponde a un solo grupo, conformado por detentadores del poder real y de facto. Con recato o sin disimulo, con intención mayestática para ratificar el “aquí mando yo”, versión caribeña de L’État, c’est moi frase atribuida al rey Luis XIV, homónimo del presidente, basta una orden para complacer las peticiones del gobernante. Por eso el mensaje directo y la presteza del Congreso. El mandante mandatario quiere su Código Penal, confía en los desaciertos conceptuales contenidos en el texto, zarandeado más que discutido, en las tipificaciones absurdas, en las sanciones interminables como remedio que ni a placebo llegan y así se hará.
La fanfarria oficial y de los áulicos amenizará la promulgación. El hecho se consagrará como otro hito en el vademécum del adanismo. Con la calle quieta, aquietada, todo es posible. Y después, todos los caminos conducirán al Tribunal Constitucional.
El representante del poder ejecutivo repele el ruido tanto como teme a las chispas con capacidad de encender la pradera. Habita lejos de espacios donde domina la contaminación sónica, pero rechaza el sonsonete incómodo que desconcierta y provoca agresividad. El sentir virtual, el latido mediático es la bocina indiciaria para la firma de decretos, algunos discretos otros convenientemente divulgados. El resultado ha sido óptimo y por eso el método se repite. Y todo se hace sin quiebre en la organización política que apuntaló el ascenso al poder. El jefe de gobierno, prestidigitador sorprendente ha sabido sofocar las chispas y las consecuencias las padecerán otros. No teme ni presiente descontento en sus filas ni en las tropas aliadas que anhelan compensación y permanecen expectantes, en fila, hasta que el regalo sorprenda.
Aceptar la renuncia del ministro de Hacienda, que expuso sus credenciales cuando defendió el frustrado proyecto de Modernización Fiscal y designar como sustituto al prestigioso Magín Díaz, servidor público más que eficaz del gobierno que cada día denuesta el discurso oficial, demuestra, una vez más, que el presidente conoce el alcance del poder que detenta. ¿Perdería el miedo a los tenues cacerolazos que impidieron la postergada transformación fiscal? Quizás soñó, cuando niño, igual que Balaguer, con el gobierno que ahora quiere hacer. La inclusión de Magín en el gabinete puede ser una señal.