Por: Dr.Vinicio Castillo
Ciudadania RD Media

No quisiera retirar ninguna de las afirmaciones que he podido hacer acerca de lo mucho que se presta este tiempo para pensar hondo. Sus peligros son reales, palpables se podría decir, aún cuando los esfuerzos por ocultarlos son inmensos, de parte de los poderes de la tierra.
El imperio invisible y global, el Leviatán de Davos que aludo con frecuencia, está detrás del proceso disimulatorio de responsabilidades más extenso y colosal de todos los tiempos.
Han sido capaces de anestesiar al mundo durante décadas, en procura de que confiara en las “virtudes” de una especie de nueva Utopía: la de que, según su imaginario fin de la historia, al producirse la implosión de la URSS, el mundo quedaría favorecido por su versión de gobierno mundial, ya no virtual, bajo el palio de su eficacia y su generosa disposición a servir al progreso humano integral, sin que pudiera intervenir el temor a su legendario egoísmo, superado a su decir, para la gloria y felicidad de los pueblos.
El Globalismo se diseminó así como una doctrina prodigiosa de justicia social: “jamás intentada en la fenecida historia de la humanidad.”
Con ellos, sólo con ellos, sería el mundo mejor. Una falacia, en realidad, más descomunal que todos los delirios de las marchitas ideologías caídas y residuales.
Ha sucedido exactamente todo lo contrario. Se ahondó la pobreza, saquearon los recursos de aquella Superpotencia, dada por extinta, y el mundo ha visto cómo se han sabido multiplicar sus peligros, al grado de que la otra Superpotencia, que se creyó vencedora en la Guerra Fría, al fin, también ha caído en una espiral de tropiezos que hacen pensar seriamente en otro final de la “historia”, más seguro que el fabulado.
Ucrania, como primer escenario, ofrece la escandalosa paradoja de que, quienes provocaron las circunstancias para que se diera la guerra, son los mismos que venden y proveen las armas para que ésta se prolongue, sin importar los sacrificios que todo ésto ha entrañado para los pueblos.
No conforme con esa experiencia, se insiste en las provocaciones y ya en un escenario mayor, como es el Pacífico, se ponen en movimiento fuerzas emergentes en capacidad de colocar al mundo en los bordes mismos del otro fin de la historia, realmente verdadero.
El Leviatán de Davos ha estado insomne, maquinando cómo se sale de la asociación ocasional que hiciera con China, al caer en cuenta, al parecer de que aquella cultura milenaria ha sido mater et magistra para las peripecias del comercio y las durezas de guerras interminables; que no es dócil, como parece sugerir su impenetrable paciencia, pues ahora que está ensayando siembra en el lado oculto de la luna, siente que ha dejado de ser la pordiosera de los tiempos de las guerras del Opio. Y tal como previniera el genio militar Corso que se adueñara de medio mundo, a nombre de Francia, China ha despertado y hace temblar al mundo con la exhibición de una capacidad impresionante para participar en el predominio del control de mar, aire y tierra.
Pero debo hacer un alto y derivar hacia nuestros intereses. Reafirmo que debemos prepararnos mejor para poder lidiar con estos nuevos tiempos, tan huracanados en todos los órdenes.
Tendría mucho material para alimentar mi alarma y respetabilizar mis advertencias, pero quiero concentrarme en un ejemplo, que nada tiene de nimio, como lo fuera el importante discurso del Presidente Gustavo Petro, de Colombia, cuando anunciara que hay que dar por perdida la guerra contra el Crimen de la Droga.
Ofreció sus estadísticas de bajas y sufrimientos como una manera de exhortar a las naciones poderosas, que tienen sus mercados de consumo, a fin de que aumenten sus esfuerzos de Prevención. Es decir, que se dediquen más bien a educar para el no consumo y pienso que, sin decirlo, no dejó de entender que esas naciones poderosas tienen millones de adictos que necesitarían sanación en programas más costosos y complejos que los que exigen todas las enfermedades ordinarias del planeta.
En efecto, el nuevo y excitante Presidente de Colombia le dio con sus palabras en el discurso de inauguración de su período el más alto grado de jerarquía a un viejo alegato que desde siempre vinieron proponiendo los gobiernos que le precedieran, en múltiples conferencias internacionales que trataban la Lucha contra el Crimen. Pero, ahora, al tratarse de su primera aparición, lo propuso directa, personal y formalmente, para un acuerdo mundial, porque parece que concibe ésto como el paso decisivo y final del trágico sueño de la legalización total de la droga.
En ésto puedo ser exhaustivo, porque fui testigo de cuanto afirmo y es lo que me lleva a considerar esa candorosa afirmación presidencial como un buen estribo para apreciar las magnitudes de los desajustes y desencuentros por llegar.
La propuesta presidencial, en resumen, así como resulta un verdadero ajuste de cuentas de responsabilidades en el trastorno mundial de la comercialización de la droga, viene a resultar también motivo de grave extrañeza, porque proviene de un país en cuyo territorio se cultiva y procesa el ochenta por ciento de la cocaína del mundo, y ésto vendría a ser como si les dijera a las naciones poderosas: Ustedes son los verdaderos culpables de esta tragedia incomparable.
Y ciertamente, ha sido el mercado consumidor quien demanda y pone precio a la droga. Eso ha animado al nuevo Presidente a decir, aunque éstas no son todas sus palabras: Que ellos son las víctimas, no las naciones desarrolladas; que si bien es cierto tienen decenas de millones de adictos, sólo les queda pagar el precio de bregar por su rehabilitación y cura, aunque sabe bien que es causa imposible, pero le consuela saber que fue obra de la demanda, que no de la oferta.
A mi modo de ver, todo ello significa: Legalicemos todo ésto y así perderán los cultivadores y traficantes el interés en el negocio y todo irá bien; no hay porqué temer a un aterrador crecimiento del consumo que pueda conducir a esas sociedades en el futuro a ser hábitat de cientos de millones de zombies. Es más, permitiría al pueblo revolucionario del mundo gritar a pecho abierto: ”Vencimos a los imperios con nuestra bomba atómica, la de la droga; incluso, saldremos indemnes porque nuestras juventudes no se verán turbadas por la fatal atracción de la adicción y, si así sucediere, contamos con concepciones coercitivas para disciplinarlas. Vale decir en dos palabras, el crimen ganó la guerra y abjurará de toda su nocividad para gloria de todos.”
En fin, quien quiera medir desquiciamientos que arruinen el futuro de la humanidad, que tome ese ejemplo y deduzca los posibles escenarios a producirse, o por montarse, cuando la otra parte le responda a una iniciativa de tal nivel que nada resulta más indicado que luchar contra el crimen; que la guerra ha sido cruenta, pero que se pueden esperar mejores resultados, siempre que no desaparezcan los ánimos de librarla.
La sociedad, es mi convicción, no puede ser sometida al dominio y control del crimen. Lo que necesitamos es luchar en el otro frente, el del coraje de una clase política que impida horrores como el magnicidio de Luis Carlos Galán Sarmiento de manos de un Pablo Escobar Gaviria, así como un pavoroso asalto parecido al de un Palacio de Justicia en procura de eliminar expedientes, por encargo del crimen, donde cayeran asesinados centenares y toda una Suprema Corte de Justicia, presidida nada más y nada menos que por un Alfonso Reyes.
Esa última mención me hinca dolorosamente, porque llegué a sentir admiración por Alfonso Reyes, sin llegar a conocerle, cuando impartía enseñanza de Criminología en la Universidad Pedro Henríquez Ureña y su memorable libro lo asumiera como texto.
Lo que resulta más curioso e intrigante es comprobar que ese juicio del brioso Presidente es más o menos el del Leviatán de Davos. Quiere legalizar las drogas, porque éste aprendió a convivir en Pacto Implícito con los capitales del Crimen y su mundialización requiere un desorden generalizado, como lo fuera la Rusia de Yeltsin; no les agrada la de Putin, la Rusia histórica, tan hostil con sus Progress, tan respetuoso con su devoción ortodoxa a Santa Elena; tan pendiente de fomentar y rememorar la cultura cosaca.
En fin, lo que quieren es imponerse sobre tantas cosas que sólo se puedan destruir en el desorden y el caos mundial, sin la “ridiculez” del orden y la ley. Son insondables los signos actuales y, cada vez más, la palabra decadencia se hace habitual en el día a día, hasta en la gente más sencilla, que sienten esas angustias y es por eso que debo confesar mi pesar por lo dicho en Colombia en labios de neta y legítima autoridad popular, que llega por primera vez al poder formal y constitucional, pero que tuvo una juventud “heroica” desafiando ese establishment al que debe gobernar, enarbolando un triunfo electoral abrumador, que no se sabe hasta dónde atemorizará a esos estratos duros de la guerra y la violencia.
Paro aquí, desde luego, la enumeración de cientos de episodios de horror de aquella guerra, de la cual la ecuación de vencedores y vencidos no podría ser favorable al crimen, que si ha vencido a alguien ha sido a una clase política que cuando quiso mostrar sus Everest nimbados de ideales altísimos, como Gaitán y Galán, su paz fue guillotinada en el patíbulo del crimen desafiante, con el cual finalmente se terminó pactando en forma enigmática.
No quiero salir, quiero insistir en ésto, ni un paso más de mi ocaso y retiro, pero me asombró la candidez del nuevo Presidente colombiano, tan premunido de virtudes y buenos propósitos para abogar por otros valores inmensos que su pueblo necesita proteger, luego de que fueren alcanzados por sus empeños más confiablemente insignes.
Sinceramente me decepcioné, pero no perdí la facultad de desearle éxito a la sensacional aventura de justicia social que combatiría a la desigualdad social en aquella Nación tan querida, que él encabeza y anima, junto a sus arrojados compañeros de desempeño. Ruego a Dios que ilumine el camino de las valiosas reivindicaciones que están como tareas de este hombre historia de Colombia.
Mi reacción la quiero proteger en su buena fé, pues participé en debates importantes cuando desempeñaba la presidencia del Consejo Nacional de Drogas en los primeros cuatro años del Presidente Leonel Fernández, en el pasado siglo.
Ello me permitió conocer y oir a notables Embajadores de Colombia planteando el gran dilema entre consumo y demanda; familiarizarme con algo más de lo que encontrara en la lectura de aquel período tremendo de la Violencia que la martirizara. Por eso me he sentido obligado moralmente a ofrecer este modesto y humilde aporte al conocimiento.
Y no quiero señalar aquí, observen bien ésto, lo que pienso de su ejército y su reconocida virilidad con antecedentes que incluyen su participación en la sangrienta Guerra de la Península de Corea en el año ´50; ese ejército, que hoy cuenta con medio millón de soldados, en medio de tradiciones tercas e intolerantes en los círculos de control de siempre, aunque resulte posible pensar en dotarlo de una formación doctrinaria que siga sirviendo a los más altos intereses de aquella Nación clave de América, naturalmente sin que se produzcan aberrantes desviaciones degenerativas, que, a la larga, sólo servirán para sembrar el futuro de minas explosivas espantosas por largo tiempo.
En suma, los condimentos son excitantes, pero no es mi interés poner una brizna de hierba siquiera al fuego posible. En lo que no podía callar era en lo de la droga, porque es causa sensitiva de Lesa Humanidad y gran parte de mi vida la he dedicado a advertir a mi pueblo de sus enormes peligros, sin ser oído, desgraciadamente. Nuestro pueblo, que ya hoy padece todo el oprobio del tráfico infernal.
¿A quiénes podríamos culpar, a los que la demandan para promover el consumo? ¿A los que la producen y procesan, y ya la consumen? Nosotros tenemos legiones de jóvenes destrozados y la riqueza que se mostró como vitrina y sueño, tan grávida de tormentos, sólo está siendo ya puesta en mira por una legislación de Extinción de Dominio, cuya aplicación será, no sólo tarea de romanos, sino ocasión para complicar, aún más, nuestra suerte, dándole al Crimen motivos para involucrarse en la beligerancia del poder político y participar de los procesos más viles de desestabilización.
Hemos tenido al lado un Estado colapsado por décadas; creímos ingenuamente que sólo seríamos el tránsito de la droga por nuestro territorio y que, en cambio, nos traería felicidad por la formación de nuevas fortunas; es más, hasta nuestras propias fortunas tradicionales y emergentes han hecho asociación implícita con cuanto nos ha llegado como peste criminosa.
No dejo de recordar y citar las veces que dije, en el seno mismo de la Superpotencia del Norte, su Departamento de Estado, cuando me permití denunciar con severidad la miopía y torpeza de aquellos que diseñaran en el tiempo del Presidente Clinton el Plan Colombia, olvidándose totalmente de la destrucción masiva de valores e instituciones del Gran Caribe, dentro del cual nosotros hemos sufrido estragos enormes y muchas de sus secuelas están pendientes de ser conocidas y resueltas en Cortes judiciales de aquella Superpotencia.
Dije muchas veces en Washington, en Viena, en Bruselas, en Montevideo, Miami y Centroamérica, en mis discursos incesantes de alerta, que aquel Plan Colombia era, junto a la Iniciativa Mérida, el cieno que enterraría las ilusiones nuestras. Por eso hablo y escribo, todavía.
Debo de hacer, claro está, mis preguntas de siempre: ¿Creen ustedes que cumplo deberes para con mi Patria, al revelar mi parecer sobre tantas cosas delicadas por venir? ¿No comparten ustedes mi creencia fundamental de que el liderazgo regional está ensombrecido por muchos errores y mediocridad? ¿Estarán los pueblos nuestros en la Región conscientes de lo que habrá de sobrevenir en la lucha crucial por los espacios entre las Superpotencias? Como siempre, que Dios nos ampare, es lo que resume mi ruego; que se deje oir nuestra voz de víctima verdadera del choque de estos intereses tremendos; que se respeten nuestras posiciones ante el drama terrible de nuestra supervivencia.