El presidente de El Salvador, Nayib Bukele, exterminó a las pandillas de su país en unos cuantos meses

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Federico Guzmán Rubio
CRDmedia

 

El presidente de El Salvador, Nayib Bukele, exterminó a las pandillas de su país en unos cuantos meses.

Las pandillas habían convertido a El Salvador en uno de los países más violentos del mundo. En 2015, la tasa de homicidios por 100 mil hab. fue de 103. Aunque la tendencia era descendiente, tras la ofensiva de Bukele (mar-2022), la tasa de 2022 fue de 7.8, de las más bajas de AL.

Para combatir a las pandillas, Bukele implementó un “régimen de excepción” que anula los derechos constitucionales. La policía puede detener a quien sea y retenerlo 15 días por considerarlo sospechoso. Miles de inocentes han sido encarcelados y cien han muerto en prisión.

Por supuesto, Bukele aprovechará su victoria para anular a los otros poderes, reelegirse y convertirse en un pequeño dictador. Qué más da que vulnere la legalidad si cuenta con el apoyo de la población y si logró lo que ningún líder latinoamericano: terminar con la delincuencia.

Ni los exguerrilleros del FMLN ni los ultraderechistas de ARENA, los dos bandos políticos del país, estuvieron cerca de conseguir algo así, ya sea con sus treguas y pactos o con la aplicación de “mano dura”. Los partidos tradicionales fracasaron; el nuevo líder triunfó.

Esto da pie a una falsa dicotomía: autoritarismo con seguridad vs. democracia con crimen. Para desmontar esta falacia, basta pensar en casos como el venezolano, en que el crimen explotó con el autoritarismo chavista, o en la democracia chilena, funcional en un país seguro.

Habrá cola de iluminados para gobernar al estilo Bukele. Esto sucede ya en países donde el crimen es un problema real, como México, y en países donde es más una paranoia televisada, como Argentina. La militarización en el primero ya empezó y en el segundo Milei se frota las manos

El modelo Bukele se basa en un profundo desprecio a la vida: la baja en los homicidios es evidente, pero en esos datos no entran los supuestos pandilleros ejecutados ni los inocentes asesinados en prisión: no se les considera gente. Sobra decir que son pobres, o sea, sospechosos.

¿Qué va a pasar? En mi opinión, se avecina el peor de los mundos: gobiernos autoritarios, de derecha o izquierda, encabezados por dictadorcillos medio carismáticos, en países con inmensas tasas de crimen. Finalmente, la existencia del crimen es lo que los justificará.

EUA apoyará a esos líderes: es más fácil negociar con un megalómano que con diversas fuerzas políticas. Además, se ha visto que éstos, a pesar de su discurso nacionalista, son más dóciles al obedecer las órdenes de Washington en el tema que más le importa: la migración.

Bukele eliminó a las pandillas a costa de la democracia. ¿Vale la pena? No lo sé. No hay que olvidar, sin embargo, que El Salvador superó mediante la democracia su Guerra Civil, en la que murieron 80 mil personas, la mayoría asesinadas por los nuevos salvadores: los militares.

Pero es innegable el hecho, incómodo y sorprendente, de que sólo Bukele, saltándose la ley, venció al crimen. Así, la democracia parece cada vez más una superstición o una abstracción que poco tiene que ver con la realidad y no ofrece soluciones a los problemas de la mayoría.

Muchas democracias latinoamericanas fracasaron en la creación de un aparato de justicia eficiente que garantice la seguridad. Es más práctica, y peligrosa, la opción Bukele: suprimirlo. Cuando una institución no funciona, habría que mejorarla; es mucho más fácil eliminarla.

En mi opinión, el modelo Bukele es insostenible. Las garantías individuales surgieron para proteger al ciudadano de los abusos del poder. Si se suprimen, el poder abusará. No hay más. Otra opción es que Bukele encarcele a todos los salvadoreños pobres de entre 15 y 60 años.

Ojalá me equivoque y que Bukele resulte un visionario. O, mejor, que las instituciones democráticas creen condiciones de prosperidad y justicia. Porque afirmar que la democracia es buena porque es buena, porque es el mejor sistema o porque costó mucho construirla es otra falacia.

El ascenso del autoritarismo no es mérito de los demagogos; es culpa de los demócratas ineficientes, corruptos e indolentes.

 

Fuente: Twitter

 

Danáe Arriaga
Author: Danáe Arriaga

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