Dr. Marino Vinicio Castillo: Recuerdos arremolinados

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Por Marino Vinicio Castillo R.
Ciudadania RD Media

Dr. Marino Vinicio Castillo R., presidente del partido FNP.

¿Qué es lo que no se cruza en tu camino por la vida? es la pregunta cumbre que se hace un anciano hombre público como yo, que supo participar frente a adversidades y conflictos innumerables durante décadas.

Venía casi a título de préstamo de la tribuna penal a la política y eso resultó decisivo para que mi participación fuera atípica; es decir, el abogado, que no dejaba de serlo, con su meticulosa fogosidad, unida a la práctica intensa del debate penal, era una variable incómoda en el seno de un quehacer político tortuoso.

Perdí ciertamente en forma progresiva la perspectiva de saber en qué ámbito realmente estaba y podía permanecer sin renunciar al método de beligerancia del penalista. Me involucré, de consiguiente, en las polémicas políticas y ésto a muchos les resultaba irritante, “poco flexible”, “contestatario”, “pasión acusatoria exagerada”, “errada apreciación de la identidad de las cosas que se deben debatir en política”. Es decir, alguien que terminaba declarándose abogado, no de los Tribunales de la República, sino de la República misma como representada y cliente única.

Hay que imaginar el camino de brasas por donde ese profesional del Derecho incorporado a las luchas políticas tuvo que transitar; ser parte de sus ecos trepidantes en lo social, como en la propia economía, y hasta en la Criminología, todo tratado en la interminable vorágine de las luchas de poder. Da la sensación todo ésto de estar ya a mis años en la otra orilla del rio recrecido de una política donde el escándalo ha sido el rasgo más permanente.

Lo crucé, al fin, es lo que se siente, pero debo recapitular muchas cosas mientras vida tenga. Una carga vitalicia de sinsabores, más que de alegrías, es lo que traigo a lomo. Feliz en todo caso, pues pude vencer aquella predicción tan pintoresca del decir popular: “Burro viejo con dos aparejos no llega lejos.”

Abordé los temas más espinosos, la droga, la corrupción y la cuestión de la Independencia Nacional, así los trastornos de Soberanía. Los riesgos fueron inmensos, pero me llevaba del decir del gracejo español: “Yo no le tengo miedo a la muerte ni que me salga en la calle, porque sin permiso de Dios la muerte no mata a nadie.”

El desfile de recuerdos pues, es interminable y de todo tipo, y éstos a veces se arremolinan y cuesta trabajo organizarles por importancia, pues la vida misteriosa es lo que impone que cosas tenidas por olvidadas, al presentarse en los recuerdos, pueden ofrecer aspectos que no se tuvieron en cuenta en los momentos que ocurrieran, pero que a la larga, al final, al ser recuperadas, toman su puesto de interés; desconocidas en el calor de la ocurrencia pero respetadas en el frio del crepúsculo vital; detalles al parecer insignificantes se tornan en esenciales; y no existe ningún medio que no sea la memoria para poder pasar ese proceso de la conciencia juzgando nuevamente desde su íntimo arcano.

Desgraciadamente, ese prodigioso banco de datos que somos no se conserva saludable siempre. El quebranto de su pérdida, abrupta o progresiva, quizás prive al mundo de conocer cosas valiosas que han podido vivir otros tantos en infinito, idos de la vida en estado de inconciencia. Es dolorosa la coyuntura para los afortunados, premiados con la salud por Dios hasta el último hálito.

En esta pandemia y sus hondos silencios lo he tenido que ver y saber de amigos desvanecidos y en el propio caso de mi compañera de vida y edad durante 67 años de una unión, que tuvo sus crisis lejanas en los tiempos de la primera juventud, que fueran borradas por décadas de felicidad y comprensión. Esto dicho en honor a la verdad: compañera de sagrada templanza que jamás se intimidó con los riesgos de mis tormentas, públicas, profesionales y personales; valerosa y justa; madre de consagración muy tierna, cristiana profunda; lo más distante que he conocido del odio y de la codicia; en fin, una especie de repetición de mi madre, que hoy me doy cuenta mejor porqué se pudo establecer entre ellas esa unidad amorosa de madre-hija, sin fisura.

Lo que quiero destacar es cómo de la relación intrafamiliar brotan recuerdos más notables y valiosos que los tenidos como tales en la participación, tanto como profesional del Derecho como de las luchas políticas.

Las del hogar, como seno de la familia, son tan interesantes, o más, que los episodios de la vida pública, sobre todo si se atiende a su sanidad y limpieza. Y es en los tiempos de ocaso y rendición de cuentas, previa al viaje estelar, cuando mejor se aprecia. Lo otro tiene contenidos lamentables de farsa con frecuencia. En cambio, la familia tiene fibras sagradas estando de por medio la fe cristiana.

Y este fenómeno de revalidación de cosas tenidas como secundarias no es exclusivo del ámbito del trato familiar. También se da en la recordación de amigos humildes que dieran opiniones, más que consejos, que no fueron recibidas con interés y después, cuando se daban por desaparecidas, rebrotan con sabiduría intacta, como si vinieran a amonestarme por desatento. Estoy hablando de zapateros, barberos, carpinteros, hojalateros, choferes, relojeros, viejos labriegos, en fin, esa masa anónima de amigos del pueblo de provincia que es donde mejor crece la cercanía más sincera y leal de los primeros tiempos de la marcha emprendida por la vida.

En mi caso ha sido impresionante, porque luego de la adolescencia me trajo la familia a la capital y ahí me encontré con una nueva oleada de amigos de tal tipo; reteniendo las relaciones del pupitre común de escuela primaria y pasando a la butaca vecina de la enseñanza secundaria y de la universidad, ambas públicas. La diversidad valiosa del trato amistoso de aquellos tiempos es algo inapreciable, particularmente de los compañeros remotos que no volvimos a ver más, porque cada quien marcó su rumbo.

Entonces los recuerdos de éstos son más sensibles porque comienzan con inevitables preguntas: ¿Qué habrá sido de él? ¿Estará muerto o vive?; ¡Qué bueno y justo era, qué inteligente! ¡Lo perdí de vista! ¿Cómo serán sus hijos, que sólo a veces se nos presentan con esa credencial de la inolvidable experiencia?

A mí me ocurrió algo todavía más interesante. Volví a mi pueblo, ya todo un abogado, y entré en un nuevo trato con la clientela, particularmente la rural. No tengo palabras para describir la riqueza humana de ese trato. Voy a citar una muestra tan solo para que deduzcan qué cantera de sabiduría instintiva fue aquella.

Ya había alcanzado alguna nombradía por defensas en casos criminales de importancia y me visitó un hombre de campo; venía del bajo Yuna y me habló de su interés de que asumiera la defensa de uno de sus hijos que respondía a una acusación de homicidio voluntario. Tratamos la defensa y cuando abordamos su costo estuvo de acuerdo con mi oferta, pero en lo que me dio un ejemplo que no esperaba, fue cuando al ponerse de pie para despedirse, de su bolsillo sacó el equivalente a un cincuenta por ciento de los honorarios convenidos y al pedirle que aguardara un momento para prepararle el recibo correspondiente, me respondió: “No, no, si yo pensara que usted me puede negar este pago, usted no defendería a mi hijo.” Me conmovió oírle; era una experiencia de primer orden para ver el tipo de código de honor de la palabra empeñada. Me sentí orgulloso de saber que un hijo de esta tierra, tan desconocido por los estratos sociales superiores fuera capaz de tan bello gesto.

Luego, y ya en la actividad política, cuánto eché de menos aquella seriedad. La enseñanza se siente cuando se plantean los contrastes y al aumentar los escenarios uno se interna en el de la política y compara sus falsedades, que son moneda corriente de ésta y aquella sinceridad impresionante de gente tan humilde, como ese campesino de mención, que hiciera la prueba de su confianza en seguir los principios, entre ellos la lealtad debida de abogado a cliente.

Parece simple y no lo es; ahí residen las virtudes elementales del pueblo nuestro; la gente no se da cuenta porqué creen ellos en las promesas políticas de su seguimiento; creen y seguirán creyendo, pese a los engaños frustratorios de sus mensajes, cuando les aseguran que acudirán en su apoyo, una vez llegaren al poder.

Tardan en comprender la mala fe de las falsas promesas de la demagogia y esa es una parte esencial de su indefensión. A veces lo expresan, no sin resentimiento, y les dicen al enjambre de candidatos: “Somos los pavos en noche buena; ustedes sólo vienen buscando el voto”. Pero su convencimiento todavía no se traduce en reproche airado, ni en merecido desprecio; van y votan por quienes los han embaucado.

Cuando estuve inmerso veinte meses de mi vida, trabajando en un esfuerzo genuino de justicia social agraria, allá por los años ´72-´73, vi muy de cerca las reacciones del campesinado al oir las explicaciones del poder que representaban las leyes dictadas en su favor. Millares se incorporaron a la detentación de la tierra y a su cultivo por cuenta propia y ellos resumían muchas veces su gratitud diciendo: “Ya puedo buscar un médico a media noche.”

Sin embargo, todo aquello los intereses más sordos lograron paralizarlo, deformarlo, desacreditarlo, y siguió el desaliento de los que no alcanzaran el favor de esas leyes generosas provenientes de su Estado. Continuó, de consiguiente, el desarraigo, y se recreció la marginalidad en las ciudades y pueblos mayores. Se invirtió el porcentaje de la permanencia demográfica y la prevalencia de lo urbano sobre lo rural lo que ha hecho es engendrar una sociedad cada vez más injustamente desigual y, sobre todo, insegura, porque apareció la maldición de la droga como menester del Crimen Organizado, convertido en una pata de los poderes fácticos que ahora va tras el adueñamiento de las parcelas fértiles y productivas, que fueran objeto de entrega en aquellos momentos gloriosos.

Una errática política de titulación viene desde hace algún tiempo, ofreciéndose como un logro, sin reparar en que los viejos y originales beneficiarios del Programa Agrario que aún viven no son muchos, así como los hijos de los fallecidos están ya desinteresados por obra de la propia promoción social que les ofrecieran sus padres; carecen del interés de permanecer en el campo y venden o hipotecan, una vez se les otorga el título; ya no sólo a la gente del narco, los “Mans”, sino a vecinos testaferros del gran capital que han venido a refugiarse en medio de la ocupación inducida por la traición, pero que saben del colapso definitivo de aquel Estado, víctima de vicios peores del poder.

Debo detenerme y no seguir la tarea en esta entrega de citar los arremolinados recuerdos y pregunto: ¿No les parece a ustedes que éste es un tiempo de Pandemia que, además de sus rigores dolorosos, tiene aspectos positivos para abrirle espacio a los recuerdos? En todo caso, yo me siento bien al hacerlo y le ruego a Dios que me mantenga el tiempo necesario consciente, para que no me falle la memoria.

Redacción
Author: Redacción

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